Y Obama no pidió perdón

La reciente visita de Barack Obama a Japón para asistir a la cumbre del G7 ha tenido un colofón mediático y de transcendencia histórica como ha sido la primera visita de un presidente de los EEUU en activo a Hiroshima y a su memorial conmemorativo del primer ataque nuclear de la historia. Sin embargo, para muchos al emotivo acto, en el que incluso algún superviviente de la tragedia ha sido abrazado por Obama, le ha faltado algo. No ha sido suficiente que el presidente de los EEUU haya hecho un llamamiento a la reducción del armamento nuclear o a alertar sobre el peligro de las bombas atómicas (algo que en Japón, con el demente régimen de Corea del Norte tan cerca, se toman muy en serio). Pues no, ciertos sectores han afeado el que el presidente Obama no haya pedido disculpas por haber usado el armamento nuclear contra las ciudades de Hiroshima y Nagasaki en la Segunda Guerra Mundial.

Barack Obama abrazando en Hiroshima a un superviviente del ataque nuclear. Nadie en su juicio que haya visita el museo y memorial del ataque nuclear de Hiroshima podrá justificar éticamente el uso de estas armas devastadoras.

Viene siendo una farisaica costumbre de nuestra sociedad actual el que en el presente pidamos disculpas sobre lo que nuestros ancestros hicieron en el pasado como un ejercicio de buenismo, corrección política y pérdida de tiempo porque, probablemente, una vez pedidas las disculpas continuamente habríamos que estar reiterándolas en un ejercicio de absurda autoflagelación. Pero en lugar de entrar en disquisiciones éticas Hagamos Memoria mejor y analicemos si realmente Obama en particular y los EEUU en general deberían pedir disculpas o no a la luz de la historia y los hechos de aquel verano de 1945 dado que, más allá de cuatro topicazos antinorteamericanos, la decisión de lanzar las bombas atómicas estuvo mucho mas razonada de lo que pudiéramos creer y, por ello, resultará más comprensible que ni Obama ni los EEUU entiendan que no hay porqué pedir disculpas.

Antes que nada hay que sopesar que la Segunda Guerra Mundial, al ser un conflicto largo y total, los dos bandos se esforzaron en adquirir ventajas tecnológicas y armamentísticas sobre sus contrarios mediante colosales inversiones en investigación y desarrollo. Una vez desarrollado el ingenio, arma o idea los dos bandos procuraron ponerlos en uso lo antes posible, tanto por estar convencidos de la utilidad para ganar la guerra como por comprobar si los esfuerzos habían merecido la pena. Así, la Alemania nazi se apresuró a poner en liza sus proyectiles de carga hueca, los aviones a reacción o sus misiles balísticos V-1 y V-2; los británicos el radar o el asdic para detección de submarinos; los soviéticos sus cohetes de corto alcance; los japoneses sus globos de tela para incendiar bosques en EEUU o los norteamericanos sus superbombarderos B-29. Con las bombas atómicas ocurrió algo parecido; alemanes, ingleses, soviéticos, japoneses o norteamericanos empezaron con diferente éxito y desigual fortuna sus estudios para desarrollar armamento nuclear pero, a la altura de 1945, sólo los EEUU la habían logrado desarrollar merced tanto a una correcta línea de investigación como a disponer del potencial industrial y científico necesario.

Crater de la prueba Trinity en Alamogordo. La primera detonación nuclear de la Historia

Una de las teorías para culpabilizar a los norteamericanos es que lanzaron las bombas atómicas a modo de experimento y prueba de su eficacia. Decir esto no sugiere más que supina ignorancia. La primera bomba atómica que detonó en la historia de la humanidad no fue la lanzada en Hiroshima el 6 de agosto de 1945 sino la detonada en Alamogordo, Nuevo México, el 16 de julio de ese mismo año. Para esta prueba se especuló incluso en invitar a una delegación japonesa para que la observase y conseguir así que transmitiesen el poderío de la nueva arma a su gobierno para que así este se rindiese. Al final se descartó dicha posibilidad ante la posibilidad de un fallo en la propia arma.

 Lo que sí se decidió fue advertir al gobierno imperial japonés de la posibilidad de usar un arma terrible y destructora contra él. Así, en la Conferencia de Postdam del 26 de julio se lanzó un ultimátum en el que se aseguraba que se devastaría el territorio japonés si este optaba por no rendirse. Fue el primer intento de la historia de usar la disuasión nuclear y también podemos decir que fue la primera y última vez que no funcionó. El gobierno japonés decidió ignorar la amenaza y reafirmó su deseo de resistir.

Stalin, Truman y Churchill al inicio de la Conferencia de Postdam. Truman trató de apuntarse una baza ante Stalin con el anuncio del éxito de la prueba de Alamogordo pero probablmente Stalin estaba ya al tanto. La posterior amenzaa de usarla contra el Japón no tuvo efecto alguno en el gobierno nipón

Otro argumento utilizado es que Japón estaba ya vencido y que su rendición era inminente de modo que si no lo hacía era debido a la negativa estadounidense a asegurar la continuidad del emperador. Que Japón estaba derrotado a la altura de 1945 era obvio para todo el mundo, bien fuese japonés o norteamericano; su territorio bombardeado desde el aire, sus principales ciudades arrasadas por bombardeos incendiarios (en el bombardeo convencional de Tokio murieron más habitantes que en Hiroshima y el gobierno japonés entonces no movió una pestaña hacía la capitulación), su flota hundida, las islas metropolitanas bloqueadas por los submarinos y flota norteamericanos deberían haber sido argumentos más que obvios para que los japoneses se hubiesen rendido. Pero lo cierto es que no era así; en los desembarcos norteamericanos en Iwo Jima y Okinawa los soldados japoneses no habían dado la menor sensación de querer rendirse y habían opuesto una resistencia fanática que había originado la aniquilación de la guarnición japonesa y un elevado número de bajas norteamericanas.

Por ello, para los norteamericanos, el paso siguiente obvio para poner fin a la guerra con el Japón, la invasión de las islas metropolitanas principales era un cáliz que de muy buena gana estaban deseando ahorrarse. Sabían que el número de aviones y embarcaciones kamikazes almacenadas para hacer frente a la invasión era ingente y se temía además al movimiento de resistencia de la población civil japonesa pues todavía se recordaba cuando, durante el desembarco en la isla de Saipán, uno de los pocos lugares con civiles en los que se había desembarcado los habitantes japoneses habían preferido suicidarse tirándose a los acantilados a rendirse. Por todo ello el uso de las bombas atómicas se consideró como algo plenamente lícito y razonable.

Prueba que estos deseos suicidas estaban muy presentes en una buena parte del estamento militar japonés y en la sociedad japonesa es que, una vez ya lanzadas las dos bombas atómicas, comprobada su devastación, con la Unión Soviética habiendo declarado la guerra al Japón y con el propio emperador Hirohito dispuesto a rendirse, con todo hubo todavía un intento de golpe de estado por parte de altos mandos del ejército y de la guardia Imperial que, por muy poco, no detuvo al emperador e impidió que este anunciase públicamente la rendición del Japón. Si con las dos armas atómicas ya lanzadas todavía había estos sentimientos es muy lícito comprender que la perspectiva de un Japón rindiéndose resultaba difícilmente era creíble para los norteamericanos.

Soldados norteamericanos oyendo en Okinawa el final de la guerra en Europa. En sus rostros se adivina perfectamente la angustia de la continuación del conflicto en el Pacífico ante un rival que no daba sensación de aceptar su derrota

En plena guerra fría fue adquiriendo forma otra hipótesis para culpabilizar a los EEUU, el que las bombas atómicas no se habían lanzado sólo para forzar a Japón a rendirse sino también para amedrentar a la URSS. Así, aunque la de Hiroshima hubiese tenido sentido no ocurrido así con la de Nagasaki ya que esta se lanzó cuando los soviéticos habían declarado la guerra al Japón recientemente, estaban conquistando la Manchuria ocupada por los japoneses, por lo que esa segunda bomba se habría lanzado únicamente para poder los estadounidenses dominar Japón rápidamente ellos solos. Lo primero que habría que señalar es que, cuando se lanzó la bomba de Hiroshima, la URSS no estaba en guerra por entonces con el Japón; esta curiosa paradoja había provocado situaciones como que mercantes norteamericanos que  llevaban material militar a los soviéticos para luchar estos contra los alemanes (aliados del Japón) a través del Pacífico pasaban sin que los japoneses les atacasen para evitar entrar en guerra con los rusos.

Soldados soviéticos en la base de Post Arthur (China). La entrada de la URSS en el conflcito tras la bomba de Hiroshima aceleró la ya evidente derrota nipona pues su principal ejército en ultramar, el estacionado en Manchuria, fue arrasado en apenas una semana por los soviéticos.

También habría que recordar que la intervención soviética contra Japón se produjo por la insistencia de los EEUU que temían que, en la larga lucha por las islas metropolitanas japonesas, estos recurriesen al enorme ejército que tenían en Manchuria por lo que un ataque soviético allí pensaban les ayudaría a inmovilizarlo. Ciertamente los norteamericanos, terminada la guerra, se negaron a compartir el pastel del Japón con los soviéticos dado que ellos habían llevado el peso de ese conflicto aunque les compensaron sobradamente entregándole las islas Kuriles (que hoy Japón demanda insistentemente su devolución) y el sur de la isla de Sajalín.

En cuanto a que se buscaba sorprender a los soviéticos con la posesión del armamento nuclear esto también convendría matizarlo ya que en la conferencia de Postdam fue el propio Truman quien le dijo a Stalin que tenían el arma atómica noticia ante la que el dictador soviético se mostró completamente impasible e incluso le animó a utilizarla pronto contra el Japón. Es más que probable que por entonces el espionaje soviético, que había penetrado en el grupo de investigadores del Proyecto Manhattan norteamericano que había desarrollado la bomba atómica, estuviese perfectamente al día de la existencia del arma. Es más, los soviéticos estaban por entonces iniciando su propio programa nuclear merced a los datos conseguidos mediante su espionaje en el Reino Unido y EEUU además de los logrados en la Alemania ocupada (el historiador Anthony Beevor asegura que el interés de Stalin en tomar Berlín aún a costa de enormes pérdidas había sido el hacerse con el control de los laboratorios y científicos nucleares alemanes situados cerca de la capital) y que les llevaría a que, con muchos menos medios que EEUU, en 1949 la URSS tuviese su propia arma atómica.

Todo paree indicar que el debate en torno al uso de las armas atómicas en Hiroshima y Nagasaki  no acabará nunca. Para unos fue pertinente y necesario, dictado por la situación del momento y justificado tanto por las víctimas que pudo ahorrar así como porque el horror de Hiroshima y Nagasaki disuadió al mundo de su uso posterior. A todo lo anterior se sumaría el contexto de una guerra larga y cruel, en la que el adversario había sido deshumanizado y que, encima, había atacado cobardemente en Pearl Harbour sin previa declaración de guerra (aspecto este que pesa en la psicología colectiva americana a un nivel que en Europa nos cuesta asimilar). Para otros los dos primeros bombardeos atómicos (y esperemos que únicos en la historia) fueron unos crímenes de guerra, un abuso de una superpotencia sobre un país ya vencido, un horror del que los EEUU deberían pedir perdón por lo que la reciente visita de Obama ha sido una oportunidad perdida.

A mi juicio, sin embargo, todo esto son ejercicios puramente retóricos; por un lado las disculpas pedidas en el presente de hechos del pasado siempre me han parecido absurdas. Nunca culpabilizaré a los romanos por las muertes ocasionadas en Numancia, a mi nadie me hará sentir culpable ni por las muertes de indígenas en América (por la gripe o por armás tecnológicamente muy superiores) o de marroquíes en el RIF en el pasado por soldados españoles como tampoco me siento responsable de los desastres que hoy día tienen lugar en África, Asia u Oriente Medio por el hecho de vivir en un país desarrollado europeo. Este deseo de culpabilizarse y el sentimiento del deber de excusarse para mí no debería ejercitarse mas que cuando existe una responsabilidad personal e inmediata y, por tanto, no viene al caso en los hechos históricos del pasado.

Obama en un típico restaurante japonés. La cultura japonesa sobrevivió al conflicto y aspectos como su gastronomía se muestran enormemente vigorosos y con gran capacidad de penetración en el mundo occidental

En el caso que nos ha ocupado no me resisto a realizar una última reflexión; finalizada la guerra, con los odios mutuos que había despertado, prefiero resaltar que, cuando los EEUU ocuparon Japón, actuaron con una notable generosidad y falta de resentimiento dadas las circunstancias. Llevaron una constitución y una democracia que ha funcionado razonablemente bien durante 70 años acabando además con oligarquías militaristas y nobiliarias; dejaron una economía bien engrasada y desarrollada que, andando el tiempo, compitió y, en muchos casos superó a la de los ocupantes, gracias tanto a las indudables virtudes del pueblo japonés como a las inversiones norteamericanas para la reconstrucción; introdujeron normas culturales y sociales occidentales en el Japón pero todo ello sin avasallar a la cultura  japonesa sino, en muchos casos, complementándola haciendo de este un país moderno pero también diferente y con notable personalidad. En definitiva, en lugar de esperar y quedar decepcionado por la ausencia de una manida y farisea disculpa prefiero ver en el gesto de Obama un símbolo del reconocimiento y reconciliación de dos viejos enemigos que han sabido superar el daño que se hicieron en su momento mutuamente.

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