Gracias

La 75 edición de la Feria del libro de Madrid ha terminado con un aumento de ventas del 3,5% respecto al año pasado, lo que se trata, sin duda, de una gran noticia. Sin embargo, todos los libreros consultados afirman que la afluencia de lectores hambrientos por conseguir la rúbrica de los autores “serios” que firmaban en sus respectivas casetas se ha reducido. Es decir, que se vende más, pero se firma menos. ¿Por qué? ¿Qué ha pasado para que las largas colas que solía tener, por ejemplo, Almudena Grandes se hayan reducido, o bien se hayan ocasionado delante de las casetas donde firmaban los youtubers, los falsos profetas y los famosos de turno?

Durante esta feria del libro, por primera vez, y después de haber trabajado como librero en años anteriores, he compartido caseta, ahora como autor, con libreros, con editores y con dependientes. La experiencia ha sido extraña, tan maravillosa como aterradora. Lo maravilloso, por supuesto, ocurre cuando un paseante de los tantos que deambulan por el paseo de coches del Retiro se convierte en lector, y se acerca a la caseta, a nuestra jaula, y mete la mano para echar comida a la fiera y se atreve a ser mordido por ella, por nosotros, por los libros que tenemos apilados delante de nuestras narices como si fueran verdura fresca. Lo aterrador sucede al comprobar que durante mucho tiempo estamos solos, viendo pasar paseantes que no tienen tiempo o ganas de echarnos unas migas de pan, que no quieren alimentarnos ni ser alimentados por nosotros, que debemos sobrevivir sin ellos, porque no nos quieren, porque no nos conocen, porque no les importamos.

La literatura es una forma de supervivencia, pero no es, para la mayoría de nosotros, un sustento económico suficiente. Después de todo es normal. Muchos somos los que escribimos y, según las estadísticas y las encuestas, pocos los que leen. Muchos escribientes, escribidores y escribas, y cada vez menos escritores. Muchos libros y pocos lectores. Muchos objetos y pocos libros. Muchos entretenimientos y poco tiempo. Por eso, después de todo, cuando alguien se acerca a ti y te saluda y se lleva tu libro a casa, o lo trae de allí, la sensación revitalizante es tan poderosa, tan necesaria como el agua y tan nutritiva como una buena comida. Ese instante, ese acercamiento, esa reciprocidad y esa confianza son, a fin de cuentas, de lo que nos alimentamos los escritores. Sin ventas no habría negocio, no habría editoriales ni librerías, no habría escritores. Sin escritores, seamos “serios” o no, no habría lectores. Y sin lectores, sin vosotros, no habría nada. Así pues, gracias. Gracias, sobre todo, a los que nos habéis alimentado, pero también a los que no lo habéis hecho, porque a pesar de eso nosotros seguiremos escribiendo y siempre habrá tiempo, por qué no, para que os unáis al convite.

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