Decía Andréi Tarkovski que una película “es un mosaico construido sobre el tiempo” y aunque pueda resultar abstracto es una aseveración difícil de discutir. El maestro ruso, obviamente, se refería a la última fase de escritura de un filme, el montaje: donde el texto original se confirma o se modifica, pero en cualquier caso el momento en el que la película se fabrica físicamente (aunque ahora se utilicen programas informáticos). De esta forma, el tiempo en una película es una variable elástica en la que el futuro puede representarse antes del pasado y éste después del presente. Es decir, el tiempo de una película puede desafiar nuestras convenciones sociales y mentales al respecto del tiempo, lo que el tiempo representa para nosotros o lo que nosotros creemos que representa el tiempo.
De eso precisamente habla La llegada, la película que es para mí no solo lo mejor que se ha estrenado en 2016 (y que en mi opinión debería llevarse todos los premios), sino que es también una de las películas más importantes de los últimos años. El filme del canadiense Denis Villeneuve es probablemente el retrato más incisivo y afilado del contexto mundial actual. En su anterior Enemy, Villeneuve ya citaba a Hegel y Marx -La historia se repite, dijo el primero; inicialmente como tragedia y después como farsa, apostilló el segundo- y en La llegada retoma el concepto, pero cambiándole los tiempos verbales.
En este vídeo (en inglés) el youtuber Nerdwriter explica por qué La llegada hace todo lo contrario a las películas malas:
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Esta semana se ha estrenado Fences y T2: Trainspotting.