Leer la última novela de Rodrigo Fresán, La parte inventada (Mondadori), especialmente la parte centrada es rescatar las cartas (supuestamente reales pero no pasaría nada si fueran inventadas) de Francis Scott Fitzgerald a editores, amigos y familiares, conlleva hacer un autoexamen para saber qué valoramos más en la literatura, si la escritura o la mitomanía, si el hombre que sufre y muere o la obra que refulge y perdura. El yo o el ello, que podíamos decir sin atisbo de pomposidad.
Me conozco a mí mismo -gritó-, pero eso es todo.
Así termina la primera novela de Fitzgerald, A este lado del paraíso. ¿Sería verdad?
La respuesta no importa tanto como averiguar por qué tenemos esa extraña manía de querer saberlo todo, o pretender saberlo, cuando lo cierto es que no tenemos la menor idea de quiénes somos en realidad.
Yo no. Y Rodrigo Fresán tampoco.