Jon Hamm, el actor principal de Mad Men, salió de la nada con su rostro que parece salido del Hollywood clásico y su percha de modelo de trajes de gama alta y con mucha discreción y mucho talento se ha hecho un hueco en el imaginario popular occidental del siglo XXI. Según lo previsto, la serie de los publicistas de Madison Avenue concluirá este año, pero su protagonista será siempre recordado por haber encarnado a ese Don Draper en caída libre desde la cima del éxito hasta las profundidades de un infierno personal cuyas llamas han alimentado las constantes mentiras con las que ha enmascarado su vida.
No parece casual, por tanto, que el actor fuera el escogido para el especial de Navidad de Black Mirror, ya saben: esa serie de capítulos autoconclusivos en la que su creador, Charlie Brooker, reflexiona sobre el impacto de la tecnología desde un prisma de ciencia-ficción y, a menudo, de terror. El capítulo, emitido el pasado mes de diciembre por TNT, titulado White Christmas, presenta a dos personajes en el interior de una cabaña perdida en mitad de ninguna parte y según el primer diálogo se entiende que ambos trabajan allí, aunque no se llegar a especificar cuál es su labor. Matt (Hamm) dice a su compañero Joe (Rafe Spall) que después de cinco años compartiendo espacio laboral ha llegado la hora de compartir, también, mesa en una fecha tan especial como es el día de Navidad, y así pueden conocerse mejor. Y ese dato, cinco años, pondrá en alerta a cualquier espectador atento: ¿Cómo han hecho para no hablarse en tanto tiempo?
Matt romperá el hielo contando cómo acabó en ese lugar gélido y apartado del mundo. De esta forma conoceremos en qué trabajaba anteriormente y a qué se dedicaba en su tiempo libre: en los dos casos un gurú dedicado a aconsejar, convencer y disuadir. Y esta es la descripción más ambigua (para quienes no lo hayan visto) y más precisa (para los que sí) que puedo llegar a elaborar. Su relato, desplegado en regresiones temporales solo interrumpidas por breves diálogos durante la comida en la cabaña, ocupa dos tercios del tiempo narrativo: más de cuarenta y cinco minutos, la duración de un episodio normal de la serie. Y es en ese momento cuando Joe, finalmente, cuenta su historia de traición, pérdida y perdición que se abre con la enigmática frase “Nunca le caí bien”.
Durante los mencionados dos primeros tercios del especial, Matt seduce a Joe con sus relatos para convencerlo de que es solamente un amigo que quiere compartir su hilo narrativo, que no tiene otra intención más allá. Y es de esa manera como Joe -y el espectador- acaban comprando el discurso. Es por eso que la presencia, el lenguaje corporal, la voz de Hamm y la relación inconsciente con su personaje en Mad Men son tan importantes.
El núcleo temático de White Christmas plantea los riesgos de considerar que todos los problemas que desarrollamos con otros seres humanos en un entorno digital se pueden resolver con el cierre de la pestaña del explorador, con el botón de bloqueo o con la eliminación de una copia de seguridad. Es decir: de las consecuencias de inhumanizar a los otros y a nuestras conciencias, convertidas en autómatas al servicio de nuestros placeres hedonistas.
A Jon Hamm, que es un actor que tendrían que lloverle trabajos cuando mate a Don Draper, siempre merece la pena verlo y escucharlo (actúa en The Town, de Ben Affleck, en la miniserie Diario de un joven doctor y pone la voz a un personaje esencial de El Congreso, de Ari Folman). Mucho más cuando le dan la oportunidad de darle un enfoque perverso a su alter ego publicista con un guion tan bien escrito y tan bien estructurado como éste.