Desviarse es una decisión arriesgada: nos saca del camino que conocemos y nos adentra en el terreno de la aventura. Hay quien vive constantemente explorando su lado más salvaje, poniéndose a prueba, enfrentándose a una infinidad de peligros que de otra manera, más ortodoxa y quizá más aburrida, no encontrarían. Ese es el tema fundamental de Contratiempo, el segundo largometraje del cineasta barcelonés Oriol Paulo, protagonizado por Mario Casas y Bárbara Lennie en los papeles de dos amantes, ambos infieles con sus respectivas parejas, que se desvían del camino marcado sin imaginar la cantidad de obstáculos que se encontrarán.
En Italia -donde resido-, la película se puede ver en streaming a través de Netflix. La he recuperado, muchos meses después de su estreno en salas comerciales en España, después de haber leído en una nota de prensa de su distribuidora, Warner Bros, que se ha colocado en el tercer puesto de la taquilla china y lleva recaudados en ese país 13 millones de dólares. No es el único mercado en el que se ha exhibido este filme y no me cabe duda de que seguirá cosechando éxitos, aunque yo mismo haya experimentado sentimientos encontrados al verla.
Creo que es una trama fabulosa, de impecable estilo hitchcockiano. Pero creo también, que padece un exceso de escritura: sus personajes hablan más de lo que debieran. El filme constantemente sobreexplica y sobreexpone sin necesidad ninguna, como si tuvieran miedo de que el público no entendiera nada. Hay un ejemplo meridiano al inicio del film, pocos segundos antes de presentar el conflicto de la historia. La pareja conduce de vuelta a su ciudad después de una escapada romántica furtiva. Han hablado de la dificultad de mantener una relación así, sobre todo cuando ninguno de ellos está dispuesto a abandonar a sus respectivos cónyuges.
Al final se han convencido de que ese es precisamente el aspecto mejor de su aventura.
En vez de ponerla fin, deciden continuar hacia adelante.
Estas tres tomas son un perfecto ejemplo de cómo el subtexto -la puesta en escena- cuenta historias sin necesidad de una voz en off que las subraye. Es una pena que el guionista (el propio Paulo) o quizá los productores de Atresmedia no se hayan arriesgado a permenecer en el camino de la sutileza.