Las campañas de agitación de las masas, con rastrillos y antorchas, poco tienen en consideración que la realidad no se ajuste a su visión de las cosas. En las semanas previas al estreno mundial de Ghost in the shell se ha desatado una polémica sobre el supuesto whitewashing de la película, es decir, la incrustación de personajes blancos en ficciones donde originalmente no había ninguno. En esta película en concreto, adaptación de un popular manga japonés a su vez internacionalmente conocido por su película de animación de 1995, se criticaba que el personaje protagonista hubiera sido sustituido por Scarlett Johansson. Podrían esgrimirse diferentes argumentos: que la industria de Hollywood -la mayor del mundo en términos económicos- adapta cine internacional a discreción y es lógico que en sus operaciones comerciales elija intérpretes estadounidenses como cabezas de reparto; o que la tradición del manga japonés en sí misma está poblada de personajes sin rasgos raciales diferenciados, que son y hablan japonés por puro contexto. Pero basta ver la película para comprender por qué el presunto lavado de cara está además justificado narrativamente.
Esta nueva Ghost in the shell es una criatura extraña, un robot de autor, un androide cinematográfico que replica el tono y la estética del anime con asombrosa fidelidad, pero no es en absoluto un remake de la película de animación dirigida por Mamoru Oshii, sino un cuidado homenaje. La trama es original aunque toma ciertas ideas de diferentes adaptaciones animadas del manga y como en todas las demás versiones de esta saga multimedia, se desarrolla en un futuro distópico y ciberpunk en el que Japón es la superpotencia dominante en el mundo y Estados Unidos es un recuerdo del pasado. En ese contexto Scarlett Johansson interpreta a Mayor, un cerebro revestido de la carcasa de alta tecnología ciborg que hace de ella el miembro más avanzado de la unidad antiterrorista Sección 9, formada por migrantes mejorados cibernéticamente.
De fondo, aborda la problemática esencial del género ciberpunk: el cuerpo mutante cibernético y la conciencia digital (la paradoja de Teseo, en otras palabras), pero curiosamente el tema principal de esta teórica americanización es fundamentalmente japonés: la identidad nacional nipona en unas ciudades futuristas en las que los únicos vestigios de la cultura local son las geishas robot de piel de porcelana. Y ahí reside la gran inteligencia de esta adaptación, que se vale de todos los tropos de la saga -los miembros intercambiables, las mentes interconectadas, la vida artificial- para envolverlo de una manera atractiva, comercial, menos filosófica de cara al mercado. El director Rupert Sanders mimetiza la animación japonesa de forma que la película en sí misma funciona como una reflexión sobre la réplica y lo sintético: si no procede de Japón y no es una película animada, ¿puede ser un anime? Y tanto.