A menudo, cuando los críticos nos ponemos a escribir sobre cine, usamos un montón de palabros -expresiones técnicas de la jerga cinematográfica- que pueden resultar abstractos para los lectores. A veces son lugares comunes en los que caemos de forma automática e irresponsable (me incluyo), y otras tantas son conceptos que no pueden explicarse de otra manera (o de forma más breve). Probablemente muchas veces se han encontrado con una crítica que alaba o despelleja la “puesta en escena”. Y a lo mejor se han preguntado: ¿Y qué demonios quiere decir con eso? Y con mucha razón, claro.
Se trata de una traducción de una expresión francesa que proviene del teatro que en el caso del cine se usa para describir los elementos que componen cada escena y, en conjunto, un filme. Es, en otras palabras, todo lo que está dentro de un encuadre, rellenándolo de información: la iluminación, el vestuario, los objetos de escena, la posición de la cámara, el ángulo del encuadre y hasta la lente usada, por citar solo unos pocos. Pero no se queda solo ahí: todo es todo, incluido el lugar en el que se posicionan los actores, como interactúan entre sí cómo dicen sus líneas.
La puesta en escena comienza desde la escritura del guion, se concreta con la visión del director y se ejecuta a través del trabajo de los diferentes repartos que participan en el rodaje de una película. Cuando se alaba una “puesta en escena” es porque cada encuadre aprovecha todas las posibilidades de la expresión cinematográfica y la información que los personajes proporcionan a los espectadores con sus palabras o sus acciones se complementan o se contradicen con la información que añaden todos y cada uno de los elementos que los rodean o que los capturan con la cámara. Si, por el contrario, se reprocha la simplicidad de la “puesta en escena” quiere decir que la dirección ha sido plana, que se ha limitado a traducir en imágenes un texto, sin poner ningún empeño.