Se han escrito numerosos ensayos sobre la obra de Stanley Kubrick y son de sobras conocidas sus inquietudes y sus obsesiones. Se puede saber qué tipo de lentes le gustaba usar, los temas que predominan en sus películas o las películas que nunca llegó a realizar. Se pueden averiguar los cineastas que le influyeron en su obra, escuchar las pocas entrevistas que concedió o tratar de desenmarañar los misterios de su personalidad a través de quienes le conocieron mejor (como su asistente personal Emilio D’Alessandro, autor del libro de memorias Stanley y yo). Pero nada de eso tiene sentido sin ahondar en la raíz de todo eso: su particular filosofía de vida, cómo veía el mundo y cómo se aproximaba al conocimiento. Era una persona obsesiva, correcto; un perfeccionista enfermizo, por supuesto, y obligaba a su equipo a trabajar durante horas para lograr la toma que necesitaba, sin duda. Pero si se entiende por qué era de esa manera, su obra cobra un nuevo sentido. Kubrick amaba el cine del mismo modo que amaba a los miembros de su familia y mantuvo a uno y a otros cerca, de manera que siempre estuvieran accesibles. Su casa y sus sets de rodaje eran lugares en los que podía entregarse a sus seres queridos y a su trabajo. Y por eso el cineasta construyó un mundo a su medida poblado por las personas y por las cosas que amaba.
En este hermoso vídeo ensayo (en inglés), los autores del canal de Youtube Must See Films, que analizan con pasión películas y filmografías de grandes directores, analizan la filosofía vital de Kubrick y la relacionan con su trabajo.