Hector Sassari atraviesa la puerta de embarque del aeropuerto internacional John Fitzgerald Kennedy de Nueva York cargado con una urna funeraria sellada por las autoridades aduaneras, el pasaporte estadounidense y un billete con destino a Milán como marcapáginas en el interior de la edición en inglés del libro Lecciones americanas. Seis propuestas para el próximo milenio, de Italo Calvino. Acomodado en su asiento, lee el prefacio firmado por la viuda del novelista, Esther Calvino Singer, en el que descubre que aquellas lecciones fueron concebidas para ser pronunciadas en seis conferencias programadas para el otoño de 1985 en la Universidad de Harvard. “Apenas quince años nos separan del inicio de un nuevo milenio. No estoy aquí para hablar de futurología, sino de literatura -advierte Calvino al inicio de la primera clase-. Mi confianza en el futuro de la literatura consiste en saber que hay cosas que solo ella puede dar con sus medios específicos. Quisiera dedicar estas conferencias a algunos valores o cualidades específicos de la literatura para colocarlas en la perspectiva del nuevo milenio”.
I. El barón rampante.
Arrancan los motores y el avión acelera a medida que recorre la pista de despegue. Hector se agarra a los reposabrazos, que en seguida se bañan de su sudor, y cierra los ojos un segundo antes de que el aparato se alce en el aire. El cinturón de seguridad le oprime el estómago, que siente vacío, y un ruido sordo le tapona los oídos. Cuando el avión se ha estabilizado a miles de metros sobre la tierra firme, una azafata se le acerca para ofrecerle un refrigerio. Hector traga saliva, abre los ojos, respira profundamente y pide un vaso de agua. Mira el reloj, que marca las siete y media de la tarde, saca de su bolsillo un sedante, se lo mete en la boca y bebe. Mientras espera que haga efecto, continúa la lectura. La primera lección se titula Levedad.
“Después de más de cuarenta años dedicados a la escritura de ficción, después de haber explorado varios caminos y completado diversos experimentos, ha llegado la hora de que busque una definición de mi trabajo, y propondría la siguiente: la mayor parte de las veces ha sido una sustracción de peso, he tratado de quitar peso a las figuras humanas, a los cuerpos celestes y a las ciudades, sobre todo he tratado de quitar peso a la estructura del relato y al lenguaje”.
Poco antes de quedarse dormido, subraya con lápiz una frase: “La literatura tiene una función existencial, la búsqueda de la levedad como reacción al peso de la vida. Considero la literatura a la altura de la antropología, la etnología o la mitología”.
El sutil roce de las ruedas del tren de aterrizaje sobre la pista de asfalto provoca una vibración en todo el aparato que despierta bruscamente a Hector Sassari de su sueño, que ha durado aproximadamente ocho horas. Recupera la urna del portaequipajes y se encamina hacia la puerta cuando una azafata llama su atención: “Caballero, se le ha caído el libro”.
II. El sendero de los nidos de araña.
“Flecha roja”: así se llama el tren que lo transporta desde la estación central de Milán a la de Porta Nuova de Turín. Hector, nacido y crecido en Estados Unidos, nunca se ha preocupado por aprender la lengua de su madre, pero es capaz de reconocer el significado de algunas palabras. El tren atraviesa el paisaje a más de 300 kilómetros por hora y la única referencia del movimiento es la sucesión de postes que sostienen el entramado de cables de alta tensión de la catenaria, que se despliegan como una gigantesca tela de araña. Hector reabre el libro por la segunda conferencia, titulada Velocidad.
“La dilatación del tiempo por la proliferación interna de una historia a otra es una característica de la novelística oriental. Sheherazade relata una historia en la que se relata una historia en la que se relata una historia y así sucesivamente. El arte que le permite salvarse cada noche está en el saber encadenar una historia a otra, en el saberse interrumpir en el momento adecuado: dos operaciones de continuidad y discontinuidad del tiempo”.
Varias páginas más adelante lee lo siguiente: “La novela es un caballo: un medio de transporte con su propia forma de andar, al trote o al galope, según el recorrido que debe completar, pero la velocidad de la que hablamos es mental”.
La madre de Hector era profesora de Literatura italiana en la Universidad de Nueva York y colaboraba estrechamente con el consulado italiano en aquella ciudad estadounidense. Allí conoció al padre de Hector, un empresario italiano americano, y al hombre por el que abandonó al padre de Hector, un arquitecto estadounidense de remotos orígenes sicilianos.
“En una época en la que existen medios de comunicación velocísimos y de extendidísimo alcance, se arriesga de aplanar toda comunicación en una costra homogénea y uniforme. La función de la literatura es la comunicación entre todo lo que es diferente en su diversidad”.
Hector nació en julio de 1986 y creció con su madre y el marido de ésta, pero en un arrebato de rebeldía adolescente se mudó a la casa de su padre. El cambio de residencia provocó también un cambio de actitud. Hector dejó de interesarse por la literatura y acabó estudiando la única carrera que su padre le dijo que estaba dispuesto a pagarle.
“La rapidez del estilo y del pensamiento quiere decir sobre todo agilidad, movilidad, desenvoltura, todas ellas cualidades que se relacionan con una escritura preparada para la divagación, para saltar de un argumento a otro, para perder el hilo cien veces y para encontrarlo otras tantas”.
Hector trabaja en un bufete de abogados de Wall Street. Gana lo suficiente como para no preocuparse por el estratosférico precio que paga por el alquiler de su apartamento en la primera planta de un gigantesco edificio residencial de Manhattan.
“La literatura no habría existido si no hubiera sido porque una parte de los seres humanos hubiese estado inclinada a una fuerte introversión, a un descontento por el mundo como es, a un olvidarse de las horas y de los días fijando la mirada en la inmovilidad de las palabras mudas”.