LA CONGRESITIS

La congresitis ha sido hasta ahora una enfermedad endémica entre los médicos, pero con el nuevo modelo que ha implantado “Farmaindustria” se quiere atajar esta “plaga” que al decir de algunos asolaba la formación medica.

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Para los que no estén avezados en la materia podríamos definir la congresitis como un trastorno psíquico leve caracterizado por una obsesión del profesional de la salud por acudir a todo tipo de eventos (congresos, simposios, mesas redondas, jornadas, reuniones, talleres), y de esta forma incrementar su formación y estar al dia en su materia específica.

Esto, que en principio sería altamente positivo y necesario para una buena practica, al ser uno de los criterios que recoge la llamada “Lex Artis”, acaba convirtiéndose en un despropósito y en un dislate cuando la asistencia a congresos es, sobre todo y ante todo, una forma de salir de la rutina diaria, saludar a viejos compañeros y amigos, hacer turismo y hacerlo, eso si, subvencionado por la industria farmacéutica. La inmensa totalidad de los congresos que se están llevando a cabo no podrían celebrarse sino fuera por la elevada inversión que realizan los diversos laboratorios e industrias del sector, que, de alguna manera, son los “paganos”, eso si, interesados, de la desidia y mediocridad gubernamental en esta materia.

Yo no critico ni cuestiono el fondo, pero si las formas y me limito a exponer un hecho que es evidente y del que he sido testigo directo, sobre todo en mis tiempos de medico residente. Hoy, asistir a un congreso médico supone un desembolso para el profesional muchas veces inasumible. Las inscripciones son excesiva e injustificadamente costosas; los desplazamientos y alojamientos superan las dietas oficiales de cualquier funcionario; la manutención con frecuencia no está incluida en la inscripción; en fin que sale por “un ojo de la cara” la formación y eso no puede, o no debe, ser.

Para evitar tan elevado dispendio en la precaria economía del medico, aparece la figura “salvadora” de la industria farmacéutica que, con un interés legitimo en que el profesional sanitario se forme y actualice, le ayuda en estos menesteres, para luego quizá, solo quizá, ser “mejor considerada y posicionada” cuando llegue la hora de la prescripción correspondiente.

Yo he organizado infinidad de talleres, cursos y simposios formativos para profesionales de la salud, tanto en España como fuera de ella. Y la inmensa mayoría han sido financiados, patrocinados o exponsorizados por la industria. Pero eso si, nunca he hablado de prescripción, de recetas, ni de medicamentos. Siempre he tratado temas psiquiátrico legales o aspectos de comunicación, autoestima, estrés laboral y salud mental. Por lo tanto conozco a fondo el asunto y me creo moralmente legitimado para hacer las criticas que hago y, también, proferir las alabanzas que lanzo.

La industria farmacéutica durante muchos años ha sido la única vía de formación para el médico una vez acabada su licenciatura/grado. La inversión que los laboratorios han hecho ha sido cuantiosa, y a veces poco o nada rentable para el organizador como era mi caso y el de muchos otros profesionales, pero hacían un servicio muy importante y con eso se daban por satisfechos. Al lado de este planteamiento correcto y honesto viene la perversión y el desatino que en otros casos si hemos visto.

He sido testigo directo de cómo algunos compañeros han recorrido el mundo a todo trapo con la “coartada” perfecta de la asistencia a congresos. “Asistencia” que muchas veces era solo teórica ya que en la practica eran meros viajes de placer envueltos en la coartada perfecta de un congreso. He visto invitaciones fastuosas para ir oriente medio, viajes de fin de semana a Nueva York, realización de eventos en balnearios y spa, reuniones que duraban tres días y solo había unas pocas horas de docencia real. En fin algunos colegas han recorrido el mundo entero y con un nivel impropio a sus ingresos reales gracias a la invitación de la industria del medicamento.

Ahora todo eso parece ser ya historia y el buen hacer y la lógica se ha impuesto, quizá en exceso, ya que hemos pasado del todo vale de antaño, a la austeridad extrema, casi esperpéntica y espartana que ahora impone el llamado código ético. Parece que somos un país de extremos en todo y para todo.

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Tan profundo va a ser el cambio que se nos anuncia ya, que algunos laboratorios solo se van contribuir económicamente en congresos “virtuales” a los que únicamente asistirán físicamente los ponentes o comunicantes, pero aquellos que no participen activamente, (los oyentes) tendrán que verlo por las redes sociales, o bien pagárselo de su bolsillo. Quizá sea una buena idea, no lo se, veremos como se desarrollan los acontecimientos, aunque se me antoja a bote pronto injusta y desproporcionada esta medida.

No quiero acabar mi reflexión sin insistir en la importante labor formativa que la industria del sector farmacéutico ha realizado y siguen realizando en nuestro país. Han llevado y llevan el peso de la investigación sanitaria y de la formación del postgrado y lo hacen muy bien. Pero ello no es óbice para criticar, siempre constructivamente, algunos de los métodos empleados, que espero y deseo, sean sólo historia pasada.

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