La cocaína gobierna el mundo

Dos buenos amigos (y mejores escritores) conversan. Es tarde. Los bares han cerrado. Las discotecas han cerrado. Los after hours han cerrado y algunos bares han vuelto a abrir, pero ellos ya están de regreso en casa. Han hablado, entre otras cosas, de fútbol, de política, de los viejos amigos, de las viejas amigas, de las viejas fiestas y de lo viejos que son y también de las viejas a secas, porque así llaman a sus madres, como si fueran argentinos expatriados. También han hablado del dinero, del valor del dinero, de la corrupción, de los programas de televisión, de los partidos políticos, de las subvenciones, de las becas Erasmus, del cine español, de plagiarismo y de literatura, o más bien han hablado de algún que otro amigo escritor famoso y adicto a la cocaína, como podrían ser ellos. Ellos, que no son famosos y tampoco son tan buenos escritores, pero sí son adictos a gozar la troncha con Pepe Cardoso, que diría otro buen amigo suyo (y mejor escritor). Así que, a esas horas de la noche convertida ya en mañana, apenas les quedan temas de los que hablar. Casualidades de la vida o destellos de lucidez en medio de la ebriedad (un oxímoron en toda regla, diría uno de ellos), resulta que el más bajito de los dos ha comprado (pero no leído) el último libro de Roberto Saviano, CeroCeroCero, el escritor perseguido, el autor de Gomorra, el viejo joven que escribe como a veces les gustaría escribir a ellos, el tipo que se enfrentó a algo por vocación o quizá simplemente por suerte, como él mismo dice, así que sin más dilación comienzan a hablar de Saviano, de su libro publicado por Anagrama y de su tentadora portada, sobre la cual echan más leña, y de paso hablan de la cocaína que, según Saviano, gobierna el mundo y que también, quizá, por qué no, todo es posible, les gobierna a ellos, aunque ellos seguramente no sepan qué es la cocaína porque está claro que lo que les pasa su camello no es cocaína, por mucho que Saviano afirme en cada entrevista que el 90% de la cocaína que llega a Europa pasa por España, pero bueno, en fin, ellos dos, amigos y escritores pero no ciertamente lectores, esnifan y hablan, siguen hablando de Saviano pero sobre todo hablan de cosas inútiles, estériles, obsoletas y decadentes y también hablan de algún escritor más, pero el único fragmento de conversación que ha llegado hasta nosotros a pesar de todo, o precisamente a pesar de todo, es este diálogo sencillo, directo y sin tergiversación, en el que parece que no hablan de lo que decimos, pero en el que está implícito el mundo en el que viven y, sin miedo a exagerar, también está implícito el mundo en el que todos vivimos, y también lo mal que lo entendemos.

 

 Saviano 2 _ Mira, yo no tengo prejuicios, pero, vaya, tal vez sí, tal vez los tengo. ¿Tú de dónde eres? ¿Ah, sí? ¡No lo sabía! ¿Por qué no me lo habías dicho nunca? Un sitio fantástico, sin lugar a dudas, y la gente, maravillosa. Pero mira, por ejemplo, se me ocurre ahora, ¿que me dices, en cambio, de los catalanes? Los catalanes son todos unos engreídos, ¿o no? Y los vascos, pues unos radicales; y los andaluces, unos parias, ¿estás de acuerdo? Los asturianos comen mucho y los valencianos hacen paella. En Galicia se responde con una pregunta y en Cáceres… en fin, a quien le importa Cáceres. En Murcia, paletos; en Cádiz, vagos; en Sevilla, insoportables. Los aragoneses son torpes y pretendidamente inteligentes. Los madrileños, tú lo sabes, increíblemente ingenuos y genuinamente estúpidos. Dentro de Madrid, claro está, hay muchos tipos de personas. En Madrid nos creemos muy especiales, aunque bien pensado todos en esta tierra llamada España nos creemos muy especiales, por alguna razón que no alcanzamos a explicar, pero tal vez, solo tal vez, no lo somos en absoluto. Tal vez todos somos personas normales y corrientes, todos igual de engreídos, de radicales, de parias y de ingenuos. Catalanes, aragoneses, gaditanos, extremeños. En Madrid la gente se odia por lindes que no existen. Los precios de los pisos y los centros comerciales marcan la pauta. En Vallecas todos trabajan en la construcción o en la droga y en Las Rozas todos viven del dinero de papá y mamá. En Getafe y en Parla son casi analfabetos y en Alcobendas se parecen a los de San Sebastián de los Reyes y en general no hay mucho que decir de ellos. En Chueca, maricas; en Argüelles, pijos de poca monta; en el barrio de Salamanca, viejos aristócratas y nuevos ricos; en Malasaña, modernos de pueblo; en Lavapiés, perroflautas; en La Latina treintañeros borrachos y cocainómanos que no saben si mola más ser pijo o moderno o se puede y se debe ser las dos cosas a la vez. Lo increíble, lo maravilloso, lo insólito, es que todo eso es mentira, o al menos no es del todo verdad. En Vallecas hay personas más intelectuales que en El Congreso de los Diputados, en Cataluña, o Catalunya, a mí qué más me da, hay personas más sensatas que en Galicia, en Galicia hay gente que responde sinceramente a cuanto le preguntan, en Sevilla hay tipos que no son cargantes, en el País Vasco hay nacionalistas españoles, lo que no es mejor ni peor pero sí que confirma un cierto afán extremista, al menos en parte, y en Cáceres hay vida más allá del Anfiteatro de Mérida (aunque puede que ese lugar esté en Badajoz, qué más da). En Madrid nadie es lo que parece si escarbas un poquito en la superficie de las apariencias y te atreves a mirar en lo más profundo de su alma, si es que todavía existe tal cosa en las personas que se apoderan de la capital como si fueran los primeros pobladores. Existen los tópicos, los prejuicios y las veleidades. Pero joder, ¿no hay vida más allá? En cualquier lugar hay personas que piensan y viven de manera individual, sin ataduras, sin compromisos ajenos, sin pautas, sin someterse a los prejuicios. Personas auténticas. ¿Tú crees en la autenticidad? Bueno, vale, sí, los prejuicios existen, persisten, y de hecho nos sirven para salir del paso, para zanjar conversaciones molestas o evitarlas. Los prejuicios están ahí, nos ayudan a definir al enemigo, a redefinir a los amigos. Día tras día. Noche tras noche. Qué grande es España, sí, pero qué difícil es entenderla, y qué solo me siento yo si me abstengo de elegir un bando, una lengua, un monumento, una provincia, un barrio, un centro comercial, una lengua, una puñetera bandera. La cuestión, someramente, creo yo, se reduce a lo siguiente: Estás conmigo o estás contra mí. Es decir, si no eres mi amigo, a la fuerza tienes que ser mi enemigo. ¿No lo crees tú así, amigo?

_ Es verdad, qué razón tienes, la culpa de todo la tienen los prejuicios, pero gracias a Dios tú y yo no los tenemos. Tú y yo somos amigos, ¿verdad?

_ Oh, sí, claro. Cómo no. Brindemos por ello. Toma el libro de Saviano y echa sobre la portada lo que quede.

_ ¡Pero si no queda nada!

_ Entonces, querido amigo, aquí termina oficialmente nuestra amistad. ¡De Valladolid tenías que ser!

 

Nota importantísima: El autor del blog, por supuesto, no está necesariamente de acuerdo con las opiniones vertidas (nunca mejor dicho) por los personajes que aparecen en este post.

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