Hace cinco años publicamos en la edición en papel de esta revista un reportaje sobre el productor Harvey Weinstein firmado por la periodista galardonada con el premio Pulitzer Peggy Noonan y publicado originalmente por el semanal estadounidense Newsweek. Se trataba de una semblanza del personaje, no demasiado amable, pero vista en perspectiva absolutamente cándida. Weinstein, que había sido defenestrado por Disney por motivos poco claros después de que la major comprase Miramax, la compañía independiente que había cofundado junto a su hermano y con la que alumbraron a los grandes talentos del cine estadounidense de principios de los noventa, había vuelto y era más feroz que nunca. Leído con la distancia y con el conocimiento de causa sobre la treintena -por el momento- de presuntos abusos sexuales, el primer párrafo del texto de Noonan causa verdadero estupor: “Para escribir sobre Harvey Weinstein es necesario enfrentarse a una historia de agravios. Un hombre invariablemente descrito por quienes le han conocido como tosco, amenazante, aterrador, bruto y grosero. En los últimos Globos de Oro, Madonna le llamó “El castigador” y Meryl Streep se refirió a él como “Dios”. Los actores franceses de la triunfadora The artist le llaman “Le boss”. Y a él todo esto le hace mucha gracia”.
Hoy ha sido Jane Fonda ha confirmar que sabía de los abusos de Weinstein desde hace más de un año, y no es la única. Comienza a destaparse un escándalo que por omisión afecta a numerosas estrellas de Hollywood. Parece cada vez más claro que sus luces y sus sombras confluyen, no son aisladas entre sí, que Harvey no es dos caras, sino una sola.
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