Spoiler Alert

En los últimos tiempos se ha extendido la utilización del vocablo inglés spoiler para referirse a la acción de revelar a alguien el desenlace de una obra de ficción. Los paladines de la pureza de la lengua castellana han perdido una batalla crucial en la defensa del exquisitamente gráfico destripe,pero quizá la guerra no está del todo perdida. Existe siempre la posibilidad de adaptarse a las costumbres globalizadas y emplear la traducción literal del concepto. Spoiler comparte raíz latina con expoliar, es decir: despojar algo con violencia o con maldad. En sentido metafórico, por tanto, cuando nos practican un spoiler de un libro, una película o una serie de televisión, nos están arrebatando maliciosamente la posibilidad de disfrutar del placer de sentir una determinada emoción. Y eso es algo que nos pone de muy mal humor.

Expoliar es un verbo que nos debería resultar muy familiar. En paralelo a la normalización del uso de la palabra spoiler en nuestro vocabulario hemos seguido en diferido la crónica del expolio de las arcas públicas a golpe de noticias que nos descubrían rocambolescos casos de corrupción ligados a representantes públicos de los que jamás hubiéramos podido dudar de su honradez y su decencia. El carrusel de furtivos giró tanto ante nuestros ojos que al final la estupefacción se volvió estupefaciente. Los medios de comunicación de masas comprobaron entonces que la actualidad política española tenía los mismos efectos narcóticos que los seriales y nos suministraron sus agujas hipodérmicas en dosis de periodismo inane y debates bizantinos a los que nos enganchamos, quizá con la esperanza vana de que el espectáculo se acabaría resolviendo en una última y memorable entrega. Lamentablemente, la realidad, al contrario que la ficción, puede permitirse el lujo de ser terriblemente decepcionante.

En el argot de los guionistas televisivos anglosajones se usa la expresión jump the shark (literalmente: saltar el tiburón) para describir el desengaño de los espectadores cuando descubren que el desenlace de su serie favorita no está determinado por el desarrollo coherente de los arcos de sus personajes protagonistas sino por los beneficios económicos que proporciona a la cadena que emite el programa. Fue acuñada en honor de una disparatada escena de la histórica serie estadounidense Happy days en la que el protagonista, Fonzie, desafiaba los límites la razón humana saltando por encima de un tiburón con unos esquíes acuáticos. Cuando se atraviesa el umbral del disparate ya no hay vuelta atrás. Los datos de audiencia se precipitaron aunque la agonía del declive se alargó durante unos años. Al fin y al cabo Happy days era una serie muy popular.

En España hemos saltado tantos tiburones que uno ya no sabría decidir cuál es el que ha podido determinar el inicio del declive. Mi favorito es el enternecedor intercambio de mensajes de texto entre un presidente del Gobierno y un estajanovista de la evasión fiscal. Pero hay otros muchos que no tienen desperdicio: la escobilla recubierta de oro para rebañar con precisión áurea las heces incrustadas en el trono de porcelana, el milagro de los jaguares en el garaje y las cantidades industriales de confeti pagadas al precio de caviar iraní, las vicisitudes de un duque con erección a propulsión mecánica o la fiesta del cajero automático pagada con nuestros ahorros. Si un narrador nos hubiera propuesto este festival del esperpento, la suspensión de la incredulidad habría explotado por vergüenza.

Mientras dilucidamos si ya no hay más tiburones que saltar o estamos tomando carrerilla para la próxima acrobacia, Adolfo Moreno propone en La gata y el ajedrez un viaje al futuro a una hipotética España muy próxima en el tiempo en la que el proceso de regeneración de las instituciones políticas se ha practicado de manera tan expeditiva como gatopardiana. Todo ha cambiado tanto en tan poco tiempo que nadie parece haberse dado cuenta de que en realidad todo sigue siendo igual que antes. Nadie a excepción de un personaje que, discreto y diligente como un peón, planifica un jaque redentor para evitar que el expolio se reinicie. Moreno ha concebido la novela como una serie impresa en papel y se ha impuesto un ejercicio de forma y estilo narrativo en el que cada capítulo se extiende en el espacio aproximadamente el mismo número de páginas. Dosifíquenselos como tengan por costumbre a hacer delante del televisor, uno al día o todos de un tacada. Me auguro que no podrán soltar el libro hasta la última página. Si es así, quizá podamos convencer al autor a que renueve por una segunda temporada, siempre que no se le ocurra proponernos saltar sobre un tiburón, porque eso no se lo perdonaríamos jamás (insisto: jamás).

Y recuerden: no permitan que nadie les expolie.

Prólogo a la primera edición de La gata y el ajedrez, segunda novela autoeditada del periodista y escritor Adolfo Moreno, de venta exclusiva aquí. 

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