Lasaña mental

En enero de 2015 la matanza de los dibujantes de Charlie Hebdo nos conmocionó tanto que nos empujó a cambiar la imagen de perfil de nuestras redes sociales por otra mucho más solemne en la que nos identificábamos con las víctimas. Yo soy Charlie, decíamos, e implícitamente significaba que si los terroristas tenían pensado cargarse a cualquiera que tuviese una opinión diferente la suya, nosotros estábamos dispuestos a morir también por defender la libertad de expresión. Porque a los auténticos Charlie les habían acribillado a tiros en un claro ataque a los valores democráticos de Francia, de Europa y de todo Occidente: a la laicidad, a la Ilustración y a las libertades que imperan en nuestras sociedades.

El problema es que muchos de esos autoproclamados Charlie que abrazaron la causa de una manera tan solidaria como inconscientemente fanática, no tenían mucha idea de lo que Charlie publicaba regularmente y ni siquiera se molestaron en averiguarlo. Y poco después muchos se han echado las manos a la cabeza, indignados, cuando han descubierto que además de las viñetas en las que la revista satirizaba el islam, también había otras que hacían befa del cristianismo, del judaísmo y hasta del sofismo y probablemente cualquier otro -ismo que se nos ocurra y al que a lo mejor, por pura estadística, pertenecemos. Y por ahí no podíamos pasar: la libertad de expresión tiene unos límites.

Esta semana los humoristas de Charlie Hebdo la han vuelto a liar, esta vez con una viñeta dedicada al terremoto que ha sacudido el centro de Italia bajo el título “Seísmo a la italiana”. Representaba a un hombre manchado de sangre y a una mujer cubierta de escombros que venían descritos, respectivamente, como “macarrones con tomate” y “macarrones gratinados”. Junto a ellos, se describía una “lasaña” formada por los pisos de un edificio derrumbado que aprisionaban cuerpos de seres humanos. Muchos italianos, aún conmocionados por la tragedia, se han indignado tanto que han eliminado del historial de sus redes sociales las imágenes en las que aseguraban ser Charlie mientras que la embajada francesa pedía disculpas por lo que habían publicado esos artistas díscolos que sin embargo hace poco más de un año eran campeones de los principios que sostienen la república gala.

Para un humorista, no hay nada peor que tener que explicar un chiste. Y no obstante, Charlie Hebdo acompañaba su viñeta italiana con un chascarrillo: “Todavía no se sabe si el terremoto gritó Alá Akbar antes de golpear”. Y ahí está una clave de lectura que pocos se han molestado en interpretar: la impredecible y omnipresente amenaza terrorista ha eclipsado las emergencias sociales, medibles y tangibles. Sobre todo en las periferias, en las pequeñas ciudades, en los pueblos. Y en Italia, solo en este siglo, se han producido doce terremotos de más de 4,5 grados en la escala de Richter. En un país que alberga el mayor patrimonio cultural de la Unesco del planeta, con numerosos núcleos de población concentrados en borgos históricos de varios siglos de antigüedad.

Visto el revuelo, Charlie Hebdo ha querido explicar aún más la broma y ha publicado otra viñeta en la que añade: “Italianos, nosotros no hemos construido vuestras casas, sino la mafia”. Si esta nueva y supuestamente gratuita alusión al lugar común que más duele a los italianos podría parecer pueril, basta hacer una búsqueda en Google de los términos “terremoto” y “mafia” y encontramos una infinidad de artículos dedicados a este particular. Como éste. O como este otro, publicado por L’espresso italiano, del que traduzco la entradilla: “Debemos aprender de las heridas todavía abiertas de L’Aquila y de Emilia, y de la historia de Belice o de Irpinia para impedir a las organizaciones criminales y a los emprendedores-chacales que festejen con el dolor del 24 de agosto y para que la reconstrucción no sea un negocio”.

Podríamos pensar que los dibujantes de Charlie Hebdo son unas bestias sin alma que se descojonan de cualquier víctima. Es cierto que la primera viñeta es poco refinada. La sátira supera siempre el límite del buen gusto, en la medida en la que el buen gusto generalmente viene delimitado por quien suele ser el objetivo de la sátira misma. Charlie ha sido siempre así, basta darse una vuelta por Internet para contemplar sus viñetas y comprobar que no tienen ningún tipo de prejuicios de sexo, raza, catástrofe o religión. Los que eran Charlie hace un año probablemente eran un Charlie mal informado. Ellos, sin embargo, siguen siendo los mismos de entonces y lo seguirán siendo.

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