El espía activista

Jason Bourne

Dirección: Paul Greengrass.

Reparto: Matt Damon, Julia Stiles, Alicia Vikander y Tommy Lee Jones.

La trilogía del desmemoriado sicario del Gobierno estadounidense Jason Bourne, fundada en 2002 por el cineasta Doug Liman y completada por Paul Greengrass entre 2004 y 2007, ha cimentado estilística y formalmente una nueva concepción del cine de acción que ha influido hasta la puesta en escena de las películas del más famoso agente secreto de todos los tiempos, James Bond, desde Casino Royale (2006) en adelante. Bourne (Matt Damon) no es tan simpático como el John McClane de La jungla de cristal, pero es igualmente humano y, por tanto, igualmente vulnerable. Suda, sangra y se hace daño. Generalmente resulta vencedor, claro, la saga no es un documental, pero lo hace apurado, por los puntos, en todas y cada una de las entregas. A su realismo ha contribuido el estilo de Greengrass, un expresionista de las secuencias de acción en las que la cámara frenética sigue al personaje y se tambalea y vibra con él.

Tras el correcto, pero inane spin off de 2012 The Bourne Legacy, en el que no intervino Matt Damon, este actor y Greengrass han vuelto a formar tándem para recuperar la saga, quizá con la intención de adentrarse en una nueva trilogía en la que Bourne, que ya conoce su identidad, pero todavía necesita despejar las incógnitas de su pasado, se convierte en una suerte de mercenario para luchar contra las instituciones secretas del Gobierno que desafían los principios básicos de la democracia americana. La película Jason Bourne comienza con el personaje homónimo ganándose la vida a puñetazos en algún lugar perdido de Grecia y hasta allí llegan, de nuevo a buscarle, los trajeados fantasmas del pasado. Han pasado quince años desde que Bourne renació en el mar, rescatado por unos pescadores, y ha envejecido en consecuencia. Ahora es mucho más frágil que entonces y eso añade aún más emoción a su justa empresa.

Greengrass sigue explorando para innovar en su lenguaje narrativo y el experimento emulsiona en un clímax de cuarenta minutos escritos, planificados, rodados y montados con maestría. Bourne ha vuelto y esperemos que sea para quedarse.

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