Por sus videos los conoceréis.

Blasfemar es pecado, dicen los sacerdotes y el catecismo. Sin embargo, sí que aberra no sólo al Derecho, sino a la más elemental ética, hacer escarnio de los sentimientos religiosos de los demás, sea cual fuere su credo. A la par, como psiquiatra, resulta siempre muy interesante analizar qué hay detrás de un sujeto que se jacta en un video de ser “maricón” –según sus propios términos-, a la par que reivindica su presunta fe, que se ve, según se deduce del engendro, lastrada por la Iglesia.

Si no saben de qué estoy hablando, basta con que busquen en Google, esa panacea moderna, los términos “video blasfemo Baleares” para llegar a ver la excrecencia intelectual efectuada por un joven, posiblemente menor de edad, que se autodenomina Samantha Hudson. El documento es francamente deplorable, por cuanto esconde un terrible mensaje de odio y discriminación, no contra los homosexuales –que francamente, creo que también, en la medida que siquiera la utilización del término “maricón” con tanta procacidad resulta desagradable para quienes tenemos un especial respeto hacia las tendencias del prójimo- como además también es muy lesivo para los que nos consideramos cristianos, que, según parece, somos una inmensa minoría en España, más de un setenta por ciento de la población. En fin, cuatro gatos.

El video, ya les anticipo, hace alusiones a Jesucristo o la Virgen María en términos tan deleznables e irrespetuosos que siquiera mencionarlos es admisible sin caer en lo escatológico –en su acepción no teológica-. Ante tal extremo, no piensen que el video en cuestión, filmado al parecer para ser presentado en el Instituto, tuvo en aquel centro mala acogida, en absoluto, se calificó de Sobresaliente. Así y aunque es verdad que hace muchos años que no me siento en un aula de secundaria o bachillerato, pero en efecto, creo que por muy desfasado que yo esté –que seguro lo estoy- y por mucho que hayan cambiado las cosas –por desgracia, no siempre a mejor- resulta increíble tal valoración de una basura infecta de odio tan sinvergüenza y cómplice.

Como profesional de la salud mental, creo honestamente que un menor que se expresa en estos términos está necesitado de protección. Debe valorarse si su desarrollo está siendo el adecuado, si ese asco hacia la Iglesia y lo que representa es una idea libremente formada, y en todo caso, hacerle ver que la ofensa a los sentimientos religiosos de los demás es un acto contrario al Ordenamiento, y que además, expresa claramente que una persona no está preparada para convivir en sociedad, por cuanto, tal extremo, en una democracia, implica una tolerancia necesaria a lo que no sólo es diferente a mi, sino contrario, a aquello que me disgusta. Eso es desarrollo sano. Lo contrario, es un devenir patológico, violento -ahora, verbalmente, luego veremos- y con un problema para adaptarse a un entorno donde las religiones y las creencias deben convivir sin agresiones como estas.

Por otra parte, también no deja de sorprenderme como las autoridades judiciales no han tomado medidas, especialmente la Fiscalía de Menores de Baleares, ante este tipo de materiales que fomentan conductas de violencia y ataque a una creencia. A la par, no podemos dispersar el foco sobre quienes tienen capital responsabilidad –y a lo mejor, culpa-, como son los profesores y como son también los padres, que deben controlar lo que sus hijos hacen, por mayores que sean dentro de su minoría de edad legal. Es una responsabilidad de muchos evitar estas manifestaciones que como cristiano, me ofenden, y como psiquiatra, me preocupan.

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