“Señor Alcalde vine aquí a realizar una visita y me arrojan una bomba ¡Es ultrajante!” El archiduque Francisco Fernando, heredero del Imperio Austro Húngaro, se mostraba notablemente nervioso tras el fallido intento de atentado y molesto por la incompetencia de los servicios de seguridad en la ciudad de Sarajevo. El alcalde Curicic y el gobernador militar Oskar Potiorek lograron calmar al archiduque pero en vano trataron convencerle para que desistiese de realizar más actos en la ciudad; este insistió en dirigirse al hospital para visitar a los 20 heridos de la bomba que poco antes habían arrojado contra él. Probablemente si Francisco Fernando hubiese hecho caso a las recomendaciones que se le hicieron tanto él como su esposa Sofía hubiesen salvado la vida; sin embargo, cuando la comitiva que salió del ayuntamiento en dirección al hospital de Belgrado se encontraba a la altura de la avenida Francisco José (curiosamente el nombre de su tío y emperador) al vehículo descapotable del archiduque se le paró el motor, momento que aprovecho el terrorista serbio Gavrilo Prinkip para aproximarse al vehículo para matar a tiros tanto al heredero de la corona imperial como a su esposa.
El 28 de julio de 1914 se producía en Sarajevo el atentado que acababa con la vida del heredero del trono Austro-Húngaro; tradicionalmente este hecho se ha venido citando como el detonante de la Primera Guerra Mundial (o Gran guerra como se la conoció en los años inmediatamente posteriores). En estos días se realizarán multitud de actos con motivo del primer centenario del inicio de la misma y se harán todo tipo de sesudos comentarios y análisis sobre los orígenes y las consecuencias del hasta entonces mayor conflicto de la historia de la humanidad. Sin embargo pocas reflexiones se realizarán sobre si aquel conflicto era evitable y cómo se desencadenó el espiral de violencia que conduciría a la muerte de casi 20 millones de europeos y a la irremisible decadencia de la hegemonía que Europa había detentado en el mundo hasta ese momento. Así que Hagamos Memoria y demos una vuelta por aquel tórrido y convulso verano de 1914 para comprender como los europeos demostraron ser mucho menos civilizados y avanzados de lo que muchas veces nos creemos.
Las primeras reacciones al atentado en la corte de Viena fueron de alivio e indignación; de un lado, el heredero al trono austríaco era un personaje incómodo para un amplio sector de la clase dirigente imperial ya que sus ideas eran demasiado avanzadas (proponía un modelo federal como medio para salvar al caduco imperio dándole una notable autonomía a los eslavos del imperio) por lo que su pérdida no fue muy lamentada. Por otro lado, existía una notable indignación por la supina incompetencia de las autoridades de Sarajevo por los numerosos fallos en la seguridad que habían permitido al grupo terrorista de origen serbio de la Mano Negra atentar hasta en dos ocasiones contra el heredero. Además, en toda Europa se levantó una oleada de simpatía hacia Austria tras el atentado y se entendió como justo que Serbia recibiese algún castigo por su respaldo a los medios nacionalistas eslavos que desestabilizaban a la Doble Monarquía Austro-Húngara; al fin y al cabo Serbia era un estado pequeño y Austria una gran potencia por lo que tenía derecho a recibir una compensación y salirse con la suya.
Por tanto, estaban sobre la mesa todos los ingredientes para que la crisis de Sarajevo fuese una más de las múltiples a las que los europeos se habían acostumbrado que se desencadenasen en los Balcanes, de las que armaban mucho ruido pero que, al final, se saldaban con un acuerdo diplomático. Sin amargo, había dos ingredientes nuevos en este caso. De un lado Austria no estaba dispuesta a una simple compensación moral; desde hacía años los dirigentes austríacos veían a Serbia como una amenaza no sólo para su integridad territorial, sino incluso para su supervivencia como imperio (matiz este muchos no supieron ver en la época). Así, en Viena se vio en el atentado la posibilidad dar un castigo ejemplar a los serbios para que los anulase por generaciones como peligro y ejemplo para las minorías eslavas del imperio que amenazaban con disolverlo.
El otro factor y este era más difícil aún de manejar era el de los ejércitos; desde principios del XX Europa vivía una intensa carrera de armamentos; así, en el terreno marítimo Alemania se había lanzado lanzó a construir una enorme flota de guerra para superar así a la Royal Navy inglesa; esto se vivió en Inglaterra como una amenaza a su seguridad pues su objetivo era tener una flota de guerra superior a la de las otras dos potencias navales pudieran reunir (el llamado two power standard) por lo que en respuesta hubo de botar un gran número de acorazados para mantener su ventaja a costa de un gran esfuerzo económico. En tierra todos los estados europeos aumentaban continuamente el tamaño de sus ejércitos y sus reservas de armamento para disponer de material en caso de guerra para así poder de movilizar grandes ejércitos. El resultado era que los ejércitos eran enormes, demasiado para una época de paz (Alemania 700.000 soldados movilizados, Austria 375.000, Italia 240.000, Francia 480.000 o Rusia). Además, para justificar estos enormes gastos militares, los gobiernos recurrieron a una intensa propaganda nacionalista exaltando tanto los ideales patrióticos como inculcando una mentalidad belicista; se preparaba así a las masas para presentar a la guerra como solución a los conflictos.
Así, en los Estados Mayores de los ejércitos se propagó la idea de que esa guerra (además de inevitable) sería rápida, victoriosa, corta y que se libraría en una serie de batallas fronterizas de modo que el que atacase primero tendría ventaja ya que habría movilizado primero a su ejército y dispondría de la iniciativa; esta era la enseñanza que se había extraído de las guerras napoleónicas y de las libradas durante la unificación alemana. Por ello, todos los ejércitos tenían complicadísimos procedimientos de movilización, de agrupación de unidades y planes de acción de manera que una vez que los ejércitos se habían puesto en marcha era imposible detenerlos ya que si lo hacían millones de soldados y millares de trenes quedarían bloqueados. Por tanto, los ejércitos, que hasta ese momento en Europa habían sido un elemento sobre todo de presión y disuasión que los diplomáticos usaban para resolver las crisis internacionales, disponían de un peso, una autonomía e importancia tal que impusieron sus horarios a las decisiones de los gobiernos.
Con este escenario lo que ocurrió en el mes siguiente al atentado no fue sino una pendiente en la que los acontecimientos se sucedieron de una manera cada vez más rápida en la que los diplomáticos, presionados tanto por sus compromisos de alianza (Alemania estaba aliada con Austria-Hungría por un acuerdo militar defensivo similar al que ligaba al Imperio Ruso y Francia, sumándose a estos además unos acuerdos de cooperación más endebles con el Imperio Británico) como por sus Estados Mayores (cuyos planes de movilización eran académicos, rígidos y para cuya planificación no habían tenido en cuenta a los políticos) pronto perdieron el control de la situación.
De este modo, cuando Austria impuso a Serbia (a la que consideraba instigadora del atentado) un duro ultimátum con condiciones humillantes y esta lo rechazó por considerarlo atentatorio contra su dignidad nacional e inmediatamente pasó a pedir ayuda a Rusia, garantizándosela de inmediato Moscú; a partir de aquí, los acontecimientos se precipitaron. Austria, sabiéndose respaldada por Alemania (e incluso espoleada por ella para que resolviese de una vez por todas los conflictos balcánicos) declaró la guerra a Serbia e incluso bombardeó Belgrado, situada entonces justo en la frontera común en el Danubio. Sin embargo, pese a este acto grave algunos consideraban que quedaba margen suficiente para la negociación y el compromiso; e incluso se pensaba que una posible solución era que los austríacos ocupasen Belgrado, cosa que se preveía fácil ya que el plan serbio preveía retirarse a las montañas del sur para resistir. Con Belgrado en sus manos los austríacos obtendrían así la satisfacción que buscaban y recuperar su prestigio como gran potencia, iniciándose entonces la negociaciones.
Sin embargo, la cuestión era que antes de atacar a los serbios los austríacos necesitaban saber que los rusos se abstendrían de atacarles para así poder poner en marcha sus planes de movilización obien el pensado para atacar a Serbia sola o el otro que dividía su ejército y luchar contra rusos y serbios simultáneamente. Y aquí cobraba especial importancia la postura de Rusia; esta tenía claro que esta vez no iba a dejar sola a Serbia como ya lo había hecho en la crisis Bosnia de 1908. De este modo, al conocer el ultimatum austríaco a Serbia los rusos habían decretado la movilización parcial de su ejército pensando en una guerra localizada sólo contra los austríacos, pero en ningún caso contra sus aliados alemanes. Sin embargo, el Kaiser Guillermo II y su gobierno indicaron claramente a Rusia que si no cesaban sus preparativos de guerra (pues consideraba que la movilización rusa, aunque parcial, era una amenaza para la propia Alemania o para sus aliados austríacos ya que les daría ventaja en la preparación de su ejército) Alemania entraría en guerra contra ellos. Este fue el momento cumbre de la crisis; el zar Nicolás II, ante la disyuntiva de cesar totalmente sus preparativos militares (lo que hubiese supuesto una enorme humillación al ceder bajo presión alemana y la claudicación como gran potencia) o llevarlos hasta niveles totales (aunque eso supusiese una escalada intolerable de la tensión que condujese a la guerra), respondió declarando la movilización total de sus efectivos militares el 29 de julio, sin consultar previamente con su aliada Francia y su amiga Inglaterra; el porqué ambas no protestaron es debido a que seguían pensando que, pese a aumentar más la tensión, todavía era posible la negociación y la realización de una conferencia de paz, sin darse cuenta que para Alemania la movilización rusa hacía inevitable la guerra.
¿Y por qué era esto así? Para Alemania, una vez iniciada su movilización sus ejércitos no podían tenerse en la frontera como si contemplaban otros ejércitos, de modo que para los germanos había muy poco margen entre movilización y guerra. El motivo era que el Alto Mando Alemán se le planteaba la disyuntiva de tener que plantearse luchar en dos frentes, uno en el este contra Rusia y otro en el oeste contra Francia. La solución que habían adoptado (el llamado plan Schileffen) era derrotar a Francia primero antes que Rusia (con comunicaciones y ferrocarriles más mediocres) estuviese preparada. Para lograr esta victoria relámpago era necesario invadir la neutral y débil Bélgica y evitar así las fortificaciones francesas de la frontera que tenían en común. Para ello podían utilizar un único nudo ferroviario en Aquisgrán junto a la frontera belga de modo que las tropas alemanas no podían concentrarse en esa ciudad sino que debían ir pasando e invadir Bélgica conforme llegasen las sucesivas divisiones y ejércitos.
Así, cuando llegó la noticia de la movilización rusa, Alemania desenvainó la espada pero no para hacer una demostración, sino para directamente utilizarla, lanzando a Rusia un ultimátum para que detuviese su movilización con la amenaza de declararle la guerra, a lo que los rusos se negaron ya que sus horarios militares así lo exigían para llevarle la delantera ejército alemán. Cuando el canciller alemán preguntó si había alguna opción más limitada, el jefe de estado mayor Moltke le dijo que no la había e incluso cuando Inglaterra anunció que permanecería neutral si Alemania se abstenía de atacar a Francia, el plan se mantuvo pues no había un plan alternativo y los horarios militares no se cumplirían con exactitud.
Finalmente Alemania le declaró la guerra a Rusia primero y luego a Francia el 1 de agosto (país con el que no había ninguna disputa inmediata y a la cual se mando un ultimátum exigiéndole que fuese neutral y que entregase una serie de ciudades fronterizas como garantía). Francia se así veía atacada por los alemanes (incluso acusada injustamente de un bombardeo aéreo sobre Nuremberg realizado por un avión alemán), por lo que entraba así en el conflicto para defender su territorio y en compromiso de su alianza con los rusos
Como se ha visto, en un lapso de apenas 3 días, lo que parecía se podía solucionar por vía diplomática y utilizando los ejércitos como elemento disuasorio, se había convertido en un conflicto en toda regla en el que las iniciativas rusas y alemanas habían sido determinantes más incluso que las austríacas. Pero todavía quedaban dos ingredientes del dislate hacia el que se precipitaba Europa. De un lado Austria y Alemania estaban aliadas con Italia, pero esta enseguida anunció que permanecería neutral ya que sólo estaba obligada a entrar en guerra si sus aliadas eran atacadas y era obvio que este no era el caso; sin embargo, desde el principio los italianos empezaron a mercadear su intervención en el conflicto a favor de uno u otro bando de modo que en 1915 se aliaría con ingleses, franceses y rusos contra sus otrora aliados al ofrecerles una mayor recompensa.
Mas rocambolesca aún fue la situación de Inglaterra; oficialmente los ingleses no estaban ligados por ningún tratado (Inglaterra no tiene aliados, únicamente amigos había dicho su ministro de Exteriores lord Grey); es más, su actitud tibia respecto a Rusia y Francia ha sido interpretada por muchos como un detonante de la guerra ya que, si los hubiese respaldado con más firmeza, quizás Alemania no se hubiese precipitado hacia el conflicto como lo hizo. Hasta ese momento lo único que había dicho oficialmente era que permanecería neutral si sus intereses no eran atacados y que no permitiría que los alemanes llegasen al Canal de la Mancha o que Bélgica, país neutral, fuese ocupado. Sin embargo, como el plan alemán contra Francia incluía el ataque a través del territorio belga, al invadirla, Inglaterra le declara la guerra a Alemania el 3 de agosto. Esta fue la excusa oficial, pero en realidad el gobierno inglés no podía aceptar la ocupación alemana de este país, que Francia fuese vencida por los alemanes y que adquiriese así una posición de dominio en Europa.
Como vemos, muestra que los horarios de la guerra de los ejércitos habían impuesto su ritmo es que, como se puede comprobar hace un buen rato, no hablamos de Austria; y es que Viena había ido a remolque de sus aliados alemanes en toda la crisis, de modo hasta el 6 de agosto no declaró la guerra a Rusia mientras Francia e Inglaterra no se la declararon a ella hasta el 12 de agosto. El torbellino que costaría la vida a tantos europeos, que destruiría cuatro imperios, alteraría para siempre el mapa del continente, daría fin a la Belle Epoque y su forma de entender el mundo y dañaría irremisiblemente la hegemonía de Europa acababa de comenzar.
Así, cada país entró en la guerra asegurando que combatía en defensa propia y ante una amenaza externa (cosa que técnicamente era verdad; Austria se sentía agredida por los serbios y rusos, los rusos por los alemanes, los alemanes por los rusos, los franceses por los alemanes y los ingleses en defensa de los belgas) y que la mejor forma de defenderse era atacando para así protegerse. Pero este era el error más garrafal. Así, la Primera Guerra Mundial lo que demostró es que, por un lado, la guerra no sería breve ni con victorias rápidas (los soldados no volvieron a casa por navidad como afirmaba la propaganda) y, sobre todo, que la defensa (y no el ataque) era la mejor forma de combate, como muy bien demostró la guerra de trincheras y sus carnicerías de soldados muriendo por tratar de ganar sólo unos metros.
Indudablemente hoy día podemos pensar que estamos a salvo de algo similar; los ejércitos son muchos más pequeños, los estados mayores están subordinados al poder político y no existen la mentalidad militarista que si tenían los políticos y una parte de la opinión pública europea hace un siglo. Además, Europa hace mucho que ya no es epicentro mundial, el paso de dos guerras mundiales, y las cicatrices que de ellas resultaron nos deberían haber hecho reflexionar; sus querellas internas son más de orden social o económico y el modelo político democrático, con sus imperfecciones, está asentado de una forma sólida en el continente. Sin embargo, conflictos como los de la exYugoslavia, las tensiones que existen en Ucrania, el auge de los partidos extremistas y xenófobos, la actitud agresiva de la Rusia de Putin nos deberían hacer reflexionar de si los europeos, en un nuevo cálido verano, no podrían perder otra vez la cabeza como lo hicieron hace un siglo.