Las campañas electorales son el momento estelar de uno de los mayores ejercicios de hipocresía que, a mi juicio, podemos observar en el ecosistema político.
Los 15 días que preceden a la votación –eso que se llama “campaña”, como si la totalidad de los 4 años que median entre unos comicios y otros fueran otra cosa- suponen un crescendo del odio que deja un reguero de insultos, desprecios y descalificaciones entre los representantes de las distintas fuerzas políticas.
Pero todo es mentira. Porque los políticos, por lo general, se llevan bien. En el fondo, son compañeros de trabajo y así puede verse, por ejemplo, en el Congreso de los Diputados. Entre sus señorías, unos se caerán mejor o peor independientemente de que sean o no compañeros de partido. Y da igual lo fuerte que haya sido la bronca en la última comisión parlamentaria, que las caras de perro suelen desaparecer cuando termina la sesión y en los pasillos siempre hay tiempo para hacer un chascarrillo con el adversario político.
Rodríguez Zapatero le contó el otro día a Eva Hache, en La Sexta, que habla con Mariano Rajoy bastante más de lo que la gente se cree y que ambos mantienen una relación cordial que tiene su base en algo tan de andar por casa como que sus respectivos padres se conocían cuando vivían en León. Según dijo el presidente, en privado Rajoy “cambia bastante” y en sus conversaciones ambos han acordado cuestiones importantes sobre las que han mantenido el compromiso de guardar en secreto, en confianza. Desde el otro extremo –del argumento y también político-, también queda demostrado el talante privado de Mariano Rajoy.
Otro botón de muestra. La sentencia del Tribunal Constitucional que permite que Bildu se presente a las elecciones ha enconado el discurso político y los descalificativos públicos. El PP ha abanderado la crítíca contra los seis magistrados que dieron la luz verde. El presidente del PP vasco, Antonio Basagoiti, ha adoptado este mismo discurso, pero solo en Madrid. Euskadi es distinto, admiten sus colaboradores no sin cierta amargura por la necesidad de endurecer el discurso en la capital. En realidad, la relación entre el PP y el PNV no han sido nunca tan buena como ahora. La comunicación es fluída y, como Zapatero y Rajoy, Íñigo Urkullu y Basagoiti hablan más de lo que la gente se cree.
No seré yo quien tire piedras contra la concordia y la paz entre los políticos. Lo que me parece mal es que se quede en la esfera privada y que a la pública sólo se lancen los improperios, que es lo único que ve el público. Me da mucha rabia ver que la gente absorbe las peleas y la gresca de los políticos y de periodistas-portavoces, que las reproducen al milímetro en radios y televisiones.
Por una parte, tenemos a los ciudadanos que están tan hartos que han dejado de escuchar. Y, por otra, a los que escuchan, se enervan y se enfrentan sin saber que la calma llega cuando se apagan los focos.
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Clara Pinar
Impresiones más o menos ligeras sobre el arte de la política y los políticos, esos artistas.
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