“Es la resaca del champán /
burbujas que suben y después se van”
Mecano
Estaban aburridos con el negocio del ladrillo, después de haber sobrevivido a veinte años de excesos. Hastiados y resacosos, intentaban recuperarse tras el grotesco atracón inmobiliario: habían conseguido construir sesenta viviendas para cada votante, que comprará si es capaz de cobrar 2000 euros al mes. Los bancos regalaban el dinero con juego de sartenes incluido. España era un páramo ansioso por ser atiborrado de edificios. Ya les cansaba la expresión “dinero negro”, sucia y chabacana de tan usada. Vinculada al viejo billete de papel que llena bolsas y maleteros de coches carisísimos, coleccionados por nacionalistas niños ricos, como una vetusta excusa para encontrar su centenaria patria, preferían los viajes en vehículos de altísima gama para rápidos viajes por carretera a Andorra, o vuelos de ida y vuelta al cercano paraíso de Suiza, más monárquico. Llegados a este punto montañoso, deberían haber pedido consejo a un conocido gerifalte mediterráneo, maestro en la construcción de aeropuertos sin aviones, con el ahorro en vehículos y combustible que eso supone, sin contaminar.
Ahora, empachados todavía con el recuerdo de las construcciones, empresarios, directivos y consejeros de diferentes partidos políticos y contradictorias organizaciones sindicales, han decidido, en un palurdo gesto económico de pavoneo, que preferían utilizar una tarjeta de crédito opaca para no pagar impuestos y no ser descubiertos en su irrisoria trampa: la black card, “tarjeta negra”. Así consiguieron hacer compras en una farmacia o un popular supermercado. (Estos actos exiguos tienen que ocultarse, pasar inadvertidos, ya que comprar en persona y utilizar dinero en efectivo es una actitud demasiado humilde, casi vulgar).
Hay que reconocer que los citados consejeros y directivos han logrado despistar a cualquier detective o inspector de Hacienda, por muy entendido que fuese en investigar fraudes o malversaciones: el avance económico que supone pasar de “dinero negro” a “tarjeta negra” no podría levantar ninguna sospecha. Nadie se dará cuenta, de puro simplón.
Ocultar pagos y esconder salarios en diferido en un mundo global necesita retribuciones por vía electrónica: un sistema más aséptico y seguro para enriquecerse sin dejar ni rastro. Salario (del latín salarĭum, de “sal”: m. Paga o remuneración regular). En la época del imperio romano la sal era un producto de suma importancia. Quinientos años antes de Cristo se construyó un camino desde las salitreras de Ostia hasta la ciudad de Roma. Este camino fue llamado “Vía Salaria”. Los soldados romanos que cuidaban esta ruta recibían parte de su pago en sal. En ese momento la sal no solo se usaba para condimentar y preservar comida, sino también como antiséptico (la palabra “sal” proviene de Salus, “diosa de la salud”).
Una sucursal virtual (del latín succursus, “socorro, auxilio”: adj. Dicho de un establecimiento: Que, situado en distinto lugar que la central de la cual depende, desempeña las mismas funciones que esta) “es un espacio seguro e interactivo diseñado para optimizar la comunicación entre el cliente y activos frente a procesos del servicio, el cual permite hacer transacciones y seguimientos en línea con el sistema bancario”). Según la RAE, virtual (del latín virtus, “fuerza, virtud”: .adj. “Que tiene existencia aparente y no real”).
Este lenguaje economicista, entre jeroglífico y estrafalario, es utilizado para definir un tipo de oficina bancaria y fue aprovechado para inventarse algo tan miserable como las “acciones preferentes”, producto que consiguió engañar a tanta gente durante tanto tiempo. Es posible que los banqueros que las idearon tengan alguna relación con la “tarjeta negra”. Pero es solo una presunta posibilidad…
El actual ambiente patrio debería ser inmortalizado en una serie de televisión o una película, como hicieron Azcona y Berlanga con La escopeta nacional, para ridiculizar a la clase bancaria y política con sus esperpénticas hazañas. Desde que somos una provincia de Europa faltan protagonistas, hoy abundan los personajes secundarios y de reparto. Nos resignaremos con las fotos de caza en África, escopetas y cuernos.
Una jornada de caza entre partidos sería un escenario perfecto para negociar el precio del voto y el salario del silencio.
VALE