El curso cinematográfico español de 2014 será recordado durante mucho tiempo. Ha sido el mejor año en términos económicos (la mayor taquilla y la mayor cuota de asistencia de público) y el peor en términos industriales (empresas de producción, distribución y exhibición que cierran, profesionales que pierden sus empleos). Pero la Academia de cine, por primera vez en mucho tiempo, podía afrontar la fiesta con la cabeza bien alta y el pecho henchido de orgullo. Y ahora, más que nunca, había que protestar.
Se respiraba un espíritu épico antes de la gala que sublimó muy pronto, en el último tramo del segmento musical: una protesta sutil y elegante.
Dani Rovira cumplió perfectamente con su papel de presentador y se metió al público en el bolsillo desde el primer chiste. La ceremonia no fue perfecta, duró más de la cuenta y tuvo momentos de auténtico hastío, pero sentó las bases de lo que deberían ser en el futuro los Goya.