Auster y su niebla

Sunset Park

Paul Auster

Anagrama. Barcelona, 2010

278 páginas. 18,5 euros

Al leer a Paul Auster uno puede experimentar la sensación de no saber la respuesta a preguntas que tal vez nunca le fueron formuladas. Se trata de una sensación deliciosa, equivalente tal vez a dejarse llevar por las olas de un mar apacible y templado, y que en ningún momento provoca la irritación de la incomprensión. Es más bien un deslizamiento suave, un maremágnum vaporoso compuesto de historias que se entrecruzan, relatos dentro del relato, paradojas que cristalizan sin apenas advertirlo, interconexiones sutiles con otras obras o la impresión de que los hechos de sus historias, diga lo que diga el narrador, de alguna forma inexplicable nunca terminan de suceder del todo. O que por el contrario suceden varias veces. Auster, con su inmenso talento de escritor y su dominio inacabable de las técnicas metanarrativas, compone obras caleidoscópicas que sin embargo no pierden en ningún momento ni su cercanía ni su sinceridad. Más que escribir novelas, Auster teje sutiles tapices de niebla en torno a historias sencillas, y el resultado final es tan sugerente, tan trágico y tan incompleto que a uno le quedan pocas dudas de que se encuentra ante intensas muestras de vida.

Sunset Park, la última obra del autor estadounidense, es una buena muestra (aunque en absoluto la mejor), de su talento para reproducir la incomprensible exuberancia narrativa de la vida, y de nuevo se ambienta en Nueva York, ciudad natal de Auster, que además simboliza, tal vez mejor que ningún otro lugar del mundo, el sinsentido existencial. La novela se centra en la historia de Miles Heller, un joven atormentado por un terrible secreto que le llevó a huir de su familia, y que siete años después se encuentra en Florida trabajando en una empresa encargada de limpiar las casas abandonadas por inquilinos desahuciados. Su existencia transcurre tranquila, sin ambiciones y por tanto sin desesperanzas, hasta que un buen día se enamora de Pilar, una joven de ascendencia cubana que aún no ha acabado el instituto. Pero la diferencia de edad provoca el chantaje de una de las hermanas de Pilar, que amenaza con denunciarle ante la policía a menos que le entregue los despojos que dejan tras de sí los desahuciados. Pero Miles no cede al chantaje, y decide abandonar Florida los seis meses que restan para que Pilar cumpla la mayoría de edad y puedan vivir su amor libremente. De este modo Miles vuelve a Nueva York, a una casa okupa del único amigo con el que ha mantenido el contacto durante su exilio voluntario, y que se halla en un barrio venido a menos del distrito de Brooklyn: Sunset Park.

Con este punto de partida, Auster empieza a levantar sus fascinantes telones de niebla en torno a un relato que indaga en el extraño ámbito de las relaciones y los impulsos humanos. A través de la narración de la historia de Alice Bergstrom, una doctoranda que vive en la casa de Sunset Park y centra su tesis en las dificultades de adaptación de los soldados que volvieron a casa tras la Segunda Guerra Mundial, Auster pone el foco en el impacto de las experiencias traumáticas, así como en la posibilidad de recuperarse alguna vez de ellas. Los protagonistas de esta historia coral, donde todos los personajes tienen al menos un capítulo para exponer la visión torturada de su vida, viven en la esperanza de la redención; en la posibilidad de poder curar sus muchas heridas, como los soldados de los años cuarenta, y de lograr enmendar un presente muy oscuro y muy precario, aún convaleciente de cataclismos posmodernos como la crisis económica o la guerra de Irak, y que de alguna manera se corresponde con un estado constante de guerra.

Pero cada personaje vive un retorno diferente de una guerra diferente. La vuelta de entre las tinieblas no es la misma para Miles que para su amigo Bing Nathan, militante entusiasta de una revolución social que jamás se producirá; ni la misma que la de Ellen, otra de las inquilinas de Sunset Park, asomada al abismo de la locura; es diferente de la de Mary-Ann, madre de Miles, que le abandonó cuando era un niño para triunfar como actriz, y es enteramente diferente a la del padre de Miles, editor independiente, cuya tragedia personal es de alguna forma a paralela a la lenta agonía de la industria editorial contemporánea.

La suma de todas estas percepciones, de estos relatos con sus múltiples ramificaciones, conforman una lectura enteramente recomendable, que sin embargo comienza mal. Muy mal. Y es que las 50 primeras páginas del libro se sustentan tan solo en el prestigio de Auster, en el recuerdo del escritor inmenso de títulos como Trilogía de Nueva York. Esta primera parte es un texto unidimensional, propio de un autor novato ajeno a las normas más básicas de la buena narración, que habla, habla y habla, sin dar más consistencia a su relato que el valor semántico de los adjetivos que emplea, y que dibuja la situación de tal modo que todo parece un grosero culebrón venezolano. Esta pájara narrativa, incomprensible, llega hasta el absurdo de presentar al personaje de Bing Nathan de un modo casi galdosiano, con largas (y huecas) descripciones iniciales en tercera persona, de un modo más propio de un novelista decimonónico que del que pasa por ser el gran maestro de la metanarrativa contemporánea.

Afortunadamente Auster se repone de este patinazo inicial (que, casualidad o no, dura el tiempo que el relato transcurre fuera de Nueva York), y pasadas estas páginas es capaz de recomponer la sutil niebla narrativa que cubre algunos de sus más grandes libros. Y es así, cuando envuelve ese puñado de pequeñas tragedias urbanas de indeterminación, de ese dulce no saber qué está ocurriendo exactamente, cuando la narración cobra vida y se erige como lo que es: una gran novela que, como sus personajes, trata de redimirse de sus errores.

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