Mucho más que The Wire

Homicidio

David Simon

Principal de los libros. Madrid, 2010

700 páginas. 27 euros

La gran desgracia de David Simon es que pasará a la historia como el creador de la serie de televisión The Wire, y muy pocos se acordarán de que fue un periodista extraordinario, sin nada que envidiar a Bob Woodward, Günter Wallraff, Richard Kapuzinsky ni a ningún otro de los grandes nombres de este oficio.

No sé hasta qué punto resulta contradictorio dedicar la primera entrada de un blog centrado en la crítica literaria a comentar una obra que no lo es; a una obra que en puridad no es otra cosa que un extensísimo reportaje periodístico, que aunque novelizado, se ajusta a todas las restricciones de los textos de su especie, como por ejemplo la objetividad obligada del narrador o la imposibilidad de contar nada diferente a lo que realmente ocurrió. Y sin embargo no creo que sea una opción errónea, y ni tan siquiera contradictoria. Porque cierto tipo de periodismo, pese a carecer de todas las posibilidades que ofrece la ficción, y en casi todos los casos ser ajeno a las posibilidades estéticas más refinadas del lenguaje, está a la altura de las mejores obras literarias. En tal caso, el Periodismo es tan obra de arte como la Literatura.

Homicidio pertenece a esta clase de textos. El libro es el resultado del trabajo de un año de David Simon, que durante 1988 se integró como un observador silencioso en el turno de noche de la Unidad de Homicidios de Baltimore, una de las ciudades más violentas de Estados Unidos. La obra –que pese a que se salió a la luz en 1991, incomprensiblemente no ha sido publicada en castellano hasta ahora- describe el universo oscuro, violento y agotador de un puñado de hombres que se dedica a resolver los más de 300 asesinatos que se registran al año en una ciudad que apenas supera el medio millón de habitantes. Simon, que durante más de una década se curtió como reportero de sucesos de un diario local, refleja las personalidades abruptas de los agentes de homicidios, una hermandad de hombres que tiene que lidiar diariamente con el reverso más aterrador del sueño americano, la mayoría de las veces sin más armas que la suerte y su conocimiento extensísimo, casi enciclopédico, de la maldad humana.

Articulado en torno al caso más relevante de aquel año, la violación y asesinato de una niña de once años, el libro es la narración cronológica no sólo de cómo es la tarea de desenmascarar a un asesino, sino que es también una descripción muy precisa, con toneladas de simpatía, pero sin ningún tipo de concesión, del tipo de carácter que forja este intercambio constante con la muerte. Así, Simon nos describe a hombres que toman bistec con huevos revueltos tras cada visita a la morgue; que aprenden a no sentir odio ante asesinos y violadores de bebés; que se ríen a carcajadas en el bar de las confesiones de los asesinos torpes, muchas veces pronunciadas entre lágrimas, y que son capaces de bromas tan macabras como distribuir entre sus compañeros de otras unidades las fotos del cadáver de un hombre que murió asfixiado durante un juego autoerótico. A lo largo de las más de 600 páginas del libro se nos presentan numerosos casos que ejemplifican esta negación de la empatía que constituye la piedra angular del carácter de cualquier inspector de homicidios, y que se basa no sólo en motivos raciales (la mayor parte de la unidad son blancos, mientras que el 90 por ciento de los muertos son negros), sino por la convicción de que, en una ciudad totalmente devorada por las drogas, el asesinado con frecuencia no es mejor que el asesino.

Pero el análisis de la psique del inspector de homicidios, el tema central del libro, va mucho más allá de esta obligada atrofia sentimental, y se interna en caminos tan diversos como los personajes reales que se describen. Son especialmente intensos los retratos de Donald Worden, el inspector más veterano del turno, con un don casi sobrenatural para resolver asesinatos; del heterodoxo inspector Harry Edgerton; del esforzado novato Tom Pellegrini o del inspector jefe Jay Landsman, histriónico, agresivo y con el sentido del humor más temible de toda la unidad.

En su relato Simon usa las armas tradicionales del periodismo de vieja escuela, hoy ya casi completamente extintas en el ámbito de la prensa. Hablo de cosas como sumergirse hasta el cuello en el asunto sobre el que se informa; de la huella de decenas de fuentes distintas en el texto; de la proliferación enorme, casi naturalista, de detalles; del intento de ofrecer una mirada honesta, cuyo primer fundamento es admitir que la objetividad es imposible… Todo ello deja en el relato una impresión de autenticidad que lo impregna todo, y que logra en el lector efectos que parecían exclusivos de la literatura, como encariñarse con los personajes o empezar a leer más despacio por la tristeza que produce que el libro se esté acabando.

Homicidio es uno de los dos grandes pilares sobre los que se edificó The Wire (el otro es un libro del mismo autor, The Corner, que ofrece una visión de los guetos negros de Baltimore desde la perspectiva de sus habitantes), que pasa por ser la mejor serie de televisión jamás creada. Lo cierto es que el espíritu de este libro no deja de planear en ningún momento sobre la serie, y muchas de las lacras que ésta denuncia (la incompetencia de los mandos policiales, la corrupción municipal, la dificultad de que los jurados condenen a los culpables de los crímenes, las mil trabas burocráticas para realizar investigaciones etc.), pese a tener un carácter ficcional, son sólo la traducción en imágenes de párrafos de Homicidio. En caso de que sea un fiel seguidor de The Wire (y si me ha leído hasta aquí, es muy posible que lo sea) le recomiendo con aún más intensidad que al resto de personas la lectura de este libro, porque sin ella la serie y su comprensión quedan, a muchos niveles, incompletas.

Quiero acabar esta crítica confrontando el razonamiento de Borges que sirve de leitmotiv a este blog, ese que decía que el periodismo es aquel oficio basado en la superstición de que todos los días ocurre algo interesante, con la tesis de Simon, totalmente contraria, y que opina que Dios es el mejor novelista del mundo, y que al hombre, para hacer un buen relato, le basta con coger una libreta y reproducir algunos fragmentos de esta narración divina. Es decir, que todos los días ocurren cosas interesantes, en Baltimore y en todos sitios, y que lo único que hay que hacer es estar ahí, comprenderlo y contarlo. O lo que es lo mismo: que el Periodismo, cuando es bueno, no es otra cosa que hacer Literatura de cosas que ocurrieron de verdad.

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