¡¡EN BUSCA DE LA FELICIDAD PERDIDA!!

Cada vez son mas las personas acuden a las consultas de psiquiatría buscando la felicidad y el bienestar. Alguien, no se muy bien quien, les ha dicho que los profesionales de la salud mental estamos para eso, para ayudar al personal a ser feliz, o cuando menos, a no ser tan desgraciado. Un servidor niega la mayor. La psiquiatría, al menos, es una especialidad médica que se ocupa de prevenir, diagnosticar y tratar las enfermedades psíquicas. De ahí a ser expertos en proporcionar felicidad hay un largo, tortuoso y angosto camino.

Las explicaciones a este fenómeno serían diversas. Por una lado es obvio que vivimos en una sociedad agnóstica que busca sustitutos modernos a las figuras que, clásicamente, se ocupaban de consolar, aliviar, aconsejar, animar y a veces también, acompañar fraternal y generosamente nuestro paso por el mundo. En consecuencia, sacerdotes, pastores, predicadores, y consejeros espirituales tradicionales han dado paso a psicólogos, psicoterapeutas, coaching, y una amplia gama de profesionales en unos casos, y de “pseudoexpertos” en otros, dispuestos a realizar el apoyo y orientación que algunas personas creen  necesitar.

Otro factor importante de esta búsqueda “obsesiva de la felicidad” en despachos y gabinetes profesionales es el hedonismo imperante. Conceptos como resignación, sufrimiento, resistencia, tolerancia a la adversidad, están muy mal vistos y han caído en desuso. Tenemos “derecho a ser felices” y además a serlo ya, sin perder tiempo, proclaman algunos, sin darse cuenta que la felicidad es una actitud personal que nadie nos puede regalar y que debemos esforzarnos en conquistar día a día.

Ser feliz, conseguir cierto bienestar, disfrutar de la vida, no es algo que se pueda adquirir en un consulta medica. Es una forma de vida, una manera de relacionarse con uno mismo y con el mundo, un talante personal. Es, en suma, una disposición con la que todos nacemos y que, eso si, deberemos entrenar y desarrollar.

Si nuestro objetivo es ser felices lo primero que deberemos hacer es conocernos y saber cuales son nuestras bondades y  cuales son nuestros defectos. Para ello solo necesitamos tiempo y reflexión. Una vez que lo tengamos claro, tendremos modificar aquellas facetas de nuestra personalidad que nos incomoden o que nos hagan sufrir. Somos nosotros “los escultores” de nuestra existencia. Con constancia, honestidad  y tenacidad, lo podemos conseguir.  No pretenda que un “experto” se lo diga. No sea ingenuo, nadie tiene tanto saber, ni mucho menos la capacidad de modificar la vida de los demás.

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