Gobiernos en la sombra y tontos al sol

En esta etapa política en la que la transparencia de los poderes públicos se ha convertido en la mayor exigencia ética y, como envés, en la mejor garantía para los ciudadanos, se dan fenómenos inquietantes de paralelismo de poder y de uso arbitrario de la información en beneficio de parte. Sé que lo que digo es muy grave, pero no conviene callar.
Si Putin ofrece hacer pública la transcripción de la conversación de Donald Trump con el ministro ruso de Exteriores, Serguéi Lavrov, además de una broma macabra, estaríamos ante una supuesta aportación a la transparencia que no tiene nada de constructiva y, mucho menos, de generosa. Medio mundo sabe (y al otro medio no le interesa, porque si no, lo sabría también) que el presidente de Estados Unidos depositó en el ministro ruso información que un tercero le había proporcionado para su exclusivo conocimiento y utilidad en la lucha contra el terrorismo islamista. El cinismo de Putin al ofrecer contar como discurrió esta reunión no tiene disculpa. Sabe y quiere decir porque, estrictamente, le conviene.
También tenemos en España algunos casos de utilización interesada de la transparencia arrojadiza. Y es bien inquietante que sean algunos funcionarios los que utilicen su conocimiento de una situación cualquiera, obtenido por razón de su empleo, para hacerlo llegar al público amparándose en la transparencia debida, sin atender a disciplina ni procedimientos.
Conocemos todos los días grabaciones telefónicas en su literalidad, textos de correo electrónico entre particulares cuyas intervenciones, por su abundancia, deben expenderse con manivela; simples indagatorias convertidas en heroicas aventuras policiales o judiciales… todo revestido de celofán transparente, pero con una indudable intencionalidad y sesgo.
A los partidos políticos no parece interesarles ni la legalidad o no, ni la oportunidad o no, ni el abuso o no, que suponen estas prácticas, porque viven de ello, alimentan su presencia pública con ello y esconden su mayúscula vagancia institucional con ello.
Abriendo de nuevo el zoom, se trata, con los necesarios matices, de lo mismo que los casos Assange, Snowden o Falciani. No importa la inmoralidad de sus conductas, la falta de fidelidad a sus instituciones o empresas, la ausencia absoluta de principios, son héroes de la transparencia, medida su heroicidad en seguidores en internet, incapaces de discernir entre una información y una memez.
¿Y sus víctimas inocentes, mientras no se demuestre lo contrario?

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