El tic totalitario y el impuesto azucarado

Una nueva y peligrosa intromisión de un gobierno, en este caso el de Cataluña, en la vida de los individuos. En Cataluña, el consumo de bebidas con azúcar está económicamente penalizado con un nuevo impuesto a sumar a los que ya le corresponden. Por supuesto, la insuperable injerencia administrativa está revestida del buenismo al uso: el azúcar es malo para la salud, o sea, lo mismo que pensar o que respirar el aire de una gran ciudad (por eso se limitan los derechos ciudadanos a circular libremente en su entorno).

La estupidez sin paliativos de esta norma, solapada por esa preocupación de un gobierno por la salud de los ciudadanos, es rotunda. Nada podrá impedir (¿o sí?) que un ciudadano pida dos estuches de azúcar para su café, exija que le expolvoreen los churros con azúcar glasé o que se atiborre de bollos recubiertos de azúcar. Los fervoroso de la nueva cocina, en la que la cebolla caramelizada se ha convertido en ingrediente imprescindible, por el momento podrán pedir doble o triple de cebolla caramelizada. Chupachups, piruletas y demás chucherías también están libres de penalización fiscal (entre otras cosas, porque la sanidad pública no cubre las caries y las extracciones dentarias).

La escalada de intromisión de los gobiernos en la vida de los ciudadanos, hasta en la más íntima, roza el autoritarismo. La individualidad es atropellada a diario por cualquier concejalillo, que exhibe la pancarta del bien común y de lo mucho que se preocupa por los demás. Ya deciden qué cine o que teatro se puede ver en sus salas (que con frecuencia son las únicas en muchos lugares), qué libros hay en sus bibliotecas, qué artistas pueden mostrar la obra en sus espacios, quién y cuándo puede llegar a su centro de la ciudad en el coche… Injerencias y limitaciones siempre selectivas, claro, no vaya a ser que algún lobby amigo se sienta perjudicado. Y ya sabemos los que eso puede significar. Todo por nuestro bien espiritual y corporal. ¡Qué sarcasmo!

En la mayoría de los casos, estos prebostes se manifiestan partidarios del derecho a la eutanasia y a la muerte digna (yo lo soy de ambas, porque son decisiones que aún son individuales y no están gravadas con una tasa), pero por las causas que a ellos les convienen. Borrachera de ideología, ruina fiscal, miseria cultural, disolución moral, falta de expectativas, son sus principales recomendaciones para que la diñemos, a ser posible, antes de cobrar la pensión.   

 

 

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