Pedro y el lobo 2049

En el libro Curso de literatura europea el escritor ruso nacionalizado estadounidense Vladimir Nabokov escribe la siguiente reflexión:

La literatura no nació el día en que un chico llegó corriendo del valle neanderthal gritando “el lobo, el lobo”, con un enorme lobo gris pisándole los talones; la literatura nació el día en que un chico llegó gritando “el lobo, el lobo”, sin que le persiguiera ningún lobo. El hecho de que el pobre muchacho acabara siendo devorado por un animal de verdad por haber mentido tantas veces es un mero accidente. Entre el lobo de la espesura y el lobo de la historia increíble hay un centelleante término medio. Ese término medio, ese prisma, es el arte de la literatura.

Es curioso cómo funciona nuestra memoria, cómo es capaz de entrelazar diferentes piezas que carecen de alguna relación entre sí y formar un nuevo recuerdo que se solidifica como una certeza. Han pasado varios días desde que vi Blade Runner 2049 en el cine hasta que me ha venido a la cabeza esta cita de Nabokov, que he escuchado como introducción a más de un curso de literatura creativa. En medio ha habido un agente catalizador, que ha desencadenado la epifanía: mi hermano mayor, Rodrigo. “¿Te has fijado en que la sintonía del teléfono de K (Ryan Gosling) es el tema de Pedro en la obra musical Pedro y el lobo?”, me dice e inmediatamente después mi cabeza entra en ebullición.

Todo lo que me resulta claro e indiscutible ahora, era solo confusión hace dos días. Pedro y el lobo, la composición sinfónica de Serguéi Prókofiev es una fábula compuesta para un público infantil, acompañada de una narración y la orquesta, que da voz a cada uno de los personajes. La de Pedro, por ejemplo, es un verso cantado por un cuarteto de cuerda. En el filme parece que ese tema musical haya sido el elegido por la compañía Wallace Corporation como sintonía corporativa de todos sus productos, entre ellos el móvil del personaje protagonista, K. Y hasta ahí, bueno, todo podría ser simplemente una elección estética del director, una preferencia inocente o hasta una broma privada.

La fábula musical de Prókofiev concluye con Pedro que convence a los cazadores de no ejecutar al lobo y dejarlo vivir encerrado en un zoo. En Blade Runner 2049, cuando K finalmente localiza a Rick Deckard (Harrison Ford) en su retiro voluntario en las ruinas de Las Vegas, lo encuentra acompañado de un perro (el resultado evolutivo de la domesticación de los lobos). El viejo lobo solitario y salvaje que de oficio retiraba replicantes ha encontrado su hogar en un lugar poblado de recuerdos del pasado, whisky y libros. No, no puede ser una casualidad.

Más tarde, al final del segundo acto del filme, los replicantes rebeldes explican quién es realmente el descendiente de Deckard y Rachael y por qué debe matar al primero -que ha sido raptado por la sicaria de Wallace- para poder activar una revolución contra la todopoderosa corporación. Sin embargo, K acaba cediendo a un sentimiento humano y entregando a Deckard a su hija, protegida en su jaula de cristal. No necesitamos asistir a una “batalla final” contra las hordas de Wallace para entender que la revolución ha fracasado por una motivación profundamente humana: K ha demostrado que a pesar de ser un organismo creado artificialmente es -como rezaba el eslogan de la Tyrell Corporation- “más humano que los humanos”.

Vladimir Nabokov aparece citado explícitamente en una ocasión dentro del filme, la primera vez que conocemos a Joi (Ana de Armas), la inteligencia artificial evanescente que hace compañía al protagonista, ésta le dice si quiere leer su libro preferido mostrándole Pálido fuego, una novela posmoderna de metaficción que se presenta como la edición póstuma de un largo poema escrito por John Shade, gloria de las letras norteamericanas, poco antes de ser asesinado. La novela se compone del poema y de los comentarios al mismo escritos por el editor, el profesor Charles Kinbote (se puede leer una profusa reseña en este enlace, que incluye la trama principal y un comentario amplio).

En el filme, K se enfrenta a una especie de interrogatorio de respuestas automáticas que parece un control de calidad al que somete la policía de Los Ángeles a sus agentes. Durante ese endiablado intercambio de preguntas y respuestas K en realidad está recitando esta parte del poema Pálido fuego:

Un sol de goma convulso se ocultó,

y la nada negro sangre empezó a tejer

un sistema de células encadenadas en el interior

de células encadenadas en el interior de células encadenadas

en el interior de un único vástago. Y horriblemente clara

contra la oscuridad, una alta fontana blanca jugaba.

El autor del poema, John Shade, está describiendo lo que ha visto durante una experiencia cercana a la muerte. Cuando el personaje de la novela de Nabokov, Kinbote, lee esa misma referencia a una “alta fontana blanca” en otra experiencia cercana a la muerte en otro poema publicado en un periódico, se pregunta cómo es posible que dos personas que se desconocían entre sí hayan podido tener la misma visión durante una experiencia similar y comienza a teorizar la posibilidad de que la alta fontana blanca sea la prueba irrefutable de la existencia de una vida después de la muerte. Sin embargo, Kinbote acaba descubriendo que el segundo poema fue publicado en el periódico con una errata y que la “fontana” era, en realidad, una “montaña”, lo que desmontaba completamente su teoría. No deja de ser curioso que el motor de la trama de Blade Runner 2049 sea una equivocación causada por una visión.

El primer Blade Runner -en cualquiera de sus múltiples montajes- ahondaba sobre lo que nos hace humanos, más allá de la genética -el lenguaje, la memoria, la empatía-, y el sentido de una vida tan efímera y minúscula en comparación con la inmensidad del universo a partir de la isotropía del ojo (la escena inicial, el test Voight-Kampff, el asesinato de Tyrell o el monólogo final, en el que Roy Batty declamaba “Yo he visto”). Este segundo Blade Runner vuelve a explorar los mismos temas sin convertirse en una réplica de sí misma. Para decirnos, de alguna forma, que quizá todos esos fragmentos de memoria que recordamos con nostalgia quizá sean falsos o exagerados o implantados.

Las últimas dos escenas de la película nos invitan a pensar que quizá la heredera genética de Deckard es la auténtica narradora de la película, aquella que construye hasta el más mínimo detalle de la historia, desde la trama hasta el más minúsculo copo de nieve. Quizá todo sea una grande fábula o una novela de formación. Si ese fuera ese el caso, la revolución tenía forzosamente que fracasar para que los replicantes aprendieran a hacerla triunfar.

Es curioso cómo funciona la memoria. He visto el primer Blade Runner una veintena de veces, pero soy incapaz de recordar la primera vez -esa que tuvo que ser, de alguna forma, epifánica-. Sin embargo, recuerdo perfectamente el día que mi hermano y yo nos pasamos visitando videoclubes en busca del VHS de aquella película de la que alguien nos había hablado.

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