Subrayados: El simpatizante

Estaba furioso por mi impotencia de frente a la imaginación y a las maquinaciones del Gran Autor. Su arrogancia marcaba una novedad absoluta: por primera vez serían los derrotados los que escribirían la historia, y no los vencedores, gracias a la más eficiente máquina propagandística que jamás haya sido creada. Los sumos sacerdotes de Hollywood habían entendido instintivamente al Satanás de Milton y en particular su declaración de intenciones: Mejor reinar en el infierno que servir en el paraíso. Y era por tanto mejor meterse en el papel del malo, del perdedor, del antihéroe, que aceptar una parte de coprotagonista virtuoso, porque lo importante era ganar las luces de los reflectores. [...] Todos los vietnamitas se confundirían en una única masa, ya fueran pobres e inocentes o malvados y corruptos. Nuestro destino habría sido ser visto, peor aún que mudos, reducidos a marionetas sin voz.

En el párrafo citado, extraído de la novela El simpatizante (Seix Barral), galardonada con el Premio Pulitzer de Ficción del año 2016, el protagonista-narrador de la historia, un vietnamita mestizo, un espía comunista infiltrado entre los altos mandos del Vietnam del Sur, reflexiona sobre cómo en la inmediata posguerra del conflicto bélico que ha devastado su país, los estadounidenses se empeñaron en enmendar la plana a la Historia con la inestimable colaboración del todopoderoso aparato propagandístico de Hollywood. Incluso o, sobre todo, con películas que se presentaban como profundamente antibelicistas.

Como ha reconocido el escritor Viet Thanh Nguyen, el “Gran Autor” del que habla su personaje es claramente un trasunto de Francis Ford Coppola y la película, evidentemente, Apocalipsis Now. La guerra insensata que se perdió en el campo de batalla se vence en el terreno del imaginario popular mundial: “El horror, el horror”, las palabras que recitaba Marlon Brando de manera inolvidable en el tramo final de aquella por otro lado obra maestra del cine era una forma de denunciar la barbarie, pero silenciaba de manera inconsciente las voces de los vietnamitas que habían padecido ese horror.

El cine era el modo con el que Estados Unidos suavizaba al resto del mundo y Hollywood lo que hacía era tomar al asalto las defensas mentales del público con sus éxitos, sus triunfos, sus ocurrencias espectaculares, sus taquillazos y sus lanzamientos a escala planetaria. No importaba de qué hablasen las historias que propinaban al público. El sentido era otro: se trataba siempre y en cualquier caso de historias americanas y los espectadores habrían continuado a adorarlas, al menos hasta el día en el que fueran bombardeados por los mismos aviones que habían visto en la gran pantalla.

El protagonista ha logrado que el Gran Autor le contrate como consultor y traductor durante el rodaje del filme. Su misión secreta, en cambio, es la de tratar de modificar el guion desde dentro de manera que la representación de los vietnamitas no se reduzca a la de víctimas que gritan y hacen aspavientos o de verdugos sin compasión que arrasan los arrozales de las aldeas disidentes o contrarrevolucionarias.

“No pueden representarse a sí mismos, deben hacerse representar”. Marx hablaba de las clases sociales oprimidas que no tenían una conciencia política suficiente para reconocer su propia naturaleza de clase, ¿pero no valía la misma cosa y con mayor razón, para los muertos o para las mismas comparsas de la película?

El mismo Viet Thanh Nguyen, profesor de etnicidad en la Universidad del Sur de California y naturalizado estadounidense, presenta la misma dualidad que el héroe de su novela: aunque nacido en Vietnam, ha crecido en EE UU y ha sido esta última cultura la que ha forjado la representación del país de sus padres. Como el hombre sin nombre que se confiesa en su libro, no es “la mitad de nada, sino dos cosas juntas al mismo tiempo” y eso le ha conferido la “capacidad de considerar cualquier argumento desde dos puntos de vista antitéticos”. El simpatizante es una obra revolucionaria porque no solo se atreve a estructurarse argumentadamente desde la implacable fidelidad ideológica de un marxista, sino sobre todo porque es capaz de construir un discurso desmitificador imprescindible en esta época de posverdades y otras mentiras útiles.

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