El hada azul

Hay películas que vislumbran certezas tan lejanas que parecen desafiar las lógicas del espacio y el tiempo y los cinéfilos, en la distancia, decimos que se “adelantaron a su tiempo” porque no fueron valoradas como merecían o, si lo fueron, quizá no suscitaron una reacción a la altura. O a veces, simplemente, somos nosotros, los cinéfilos (y los críticos) quienes no las comprendimos y fuimos tremendamente injustos.

El sábado pasado el canal Paramount (de Italia) dedicó la noche a Steven Spielberg y programó Inteligencia Artificial (2001), un filme que en la época esperé con devoción y que fatigué a contemplar despierto en la oscuridad del cine. Sobre todo, en el último tramo, en ese epílogo que consideraba alargado después de que el pequeño David encuentre al hada azul.

En este reciente visionado no he sentido para nada esa pesadez que le atribuía. A veces, sencillamente no hay que ver las películas a según qué horas. Y creo que también puedo matizar lo que pensaba sobre el final. Creo que Steven Spielberg eligió un guion mucho más optimista que el que hubiera escogido Stanley Kubrick, del que heredó el proyecto, y se empeña en recompensar al niño androide por su paciencia y por su amor, más humano que el de los humanos. Se inclina, por tanto, por un final feliz. Curiosamente, mi recuerdo de aquel desenlace era desoladoramente triste, y de alguna forma lo sigue siendo ahora que escribo esto.

Y en eso, quizá, está la grandeza de esta película que puedo apreciar con la distancia. Obviaré algunos detalles de escritura que, en mi opinión, desconfían de la inteligencia del público, y me centraré solo en el ambiente climático -por el clímax narrativo y por ese mundo postapocalítico en el que se desarrolla-. La especie extraterrestre que excava los restos arqueológicos que los humanos hemos dejado en la Tierra descubren a David y a su peluche, intactos en el interior del vehículo en el que se sumergieron en busca del hada y en el que se apagaron pasados los años y conceden al pequeño androide su único deseo: sentirse un niño y sentirse amado.

Nunca podremos saber cómo lo habría contado Kubrick si hubiera tenido el tiempo de hacerlo. Estoy seguro de que él hubiera sido mucho más atrevido en ciertas elecciones dramáticas y mucho más sutil a la hora de plasmarlas. Pero no tiene sentido comentar una película que no existe, como tampoco tiene sentido ese vicio que cometemos a menudo los críticos cuando nuestras preferencias temáticas no coinciden con las del artista que comentamos.

Inteligencia Artificial, la película que existe y que se estrenó en el cine, termina con David que se despide de su madre por última vez y se sumerge por primera vez en un sueño reparador porque se siente amado. Y es un final hermoso y triste al mismo tiempo. Me arrepiento mucho de no haberme dado cuenta en su momento, pero me alegro inmensamente de haber podido rectificar.

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