La carretera infinita

En la última escena de Mi Idaho privado (1991), el personaje al que interpreta el actor River Phoenix asegura ser un “entendido” en carreteras porque no ha hecho otra cosa en su vida que recorrerlas. Y ahí, plantado sobre el asfalto de una de esas rectilíneas calzadas estadounidenses que se pierden en el horizonte, concluye: “Esta ruta no termina nunca, probablemente rodea todo el mundo”. Más allá del sentido lírico de esa declaración, podría entenderse casi como una premonición formulada por el director, Gus Van Sant: aquella, su tercera película, le concedió el prestigio de autor de renombre mundial que en estos días y hasta el 9 de enero de 2017 viene celebrado en Turín en la exposición Iconos: Gus Van Sant, que organizan en conjunto el Museo Nazionale del Cinema y la Cinémathèque francesa. Una muestra que reconstruye la carrera artística del cineasta desde sus inicios a nuestros días a través de su inmensa colección privada de fotografías, sus acuarelas, sus storyboards y sus películas.

El cineasta estadounidense se presenta tímidamente en la Mole Antonelliana, el principal símbolo arquitectónico de Turín que alberga actualmente el museo del cine. Confiesa a Tiempo sentirse “superado” por el reconocimiento y la atención que genera. “Es como si hubieran abierto mi garaje o mi armario y hubieran expuesto su contenido. Me sorprende escuchar que estas obras puedan generar ideas o conceptos de lo que yo he representado con mi trabajo”.

Van Sant (Kentucky, 1952) ha elegido un atuendo cómodo para presentar la muestra y atender a los periodistas, combinado con unas zapatillas deportivas de colores estridentes. El conjunto le proporciona un aspecto juvenil, a medio camino entre la rebeldía de la generación beat, de la que es heredero (mantenía una estrecha amistad con el escritor William S. Burroughs), y la ausencia de etiqueta del movimiento grunge, al que ha influido decididamente (en 2005 retrató al icono Kurt Cobain en los días previos a su suicidio en Last days).

Antes de decantarse por el cine, estudió pintura y junto a algunos compañeros de curso participó en una expedición académica en Roma en 1975. Allí conoció a Pier Paolo Pasolini, que por aquel entonces estaba montando Saló o los 120 días de Sodoma, la que sería su última película, estrenada pocos días antes de su asesinato. El cineasta recibió a los estudiantes de pintura en su casa al norte de la capital italiana, y allí hablaron sobre sus sueños y su futuro. Van Sant recuerda para esta revista que cuando le tocó su turno, trató de explicar al director de El evangelio según San Mateo que su deseo era “emular en el cine lo que se puede hacer en la literatura con las palabras, o sea, traducir la evocación de cada palabra en lenguaje cinematográfico”. Lamentablemente, reconoce divertido el estadounidense, “Pasolini no me entendió o no estaba de acuerdo conmigo, y me sentó muy mal porque sentí que no era digno de su consideración”.

Sin embargo, son muchos los rasgos narrativos, formales y personales que le unen a Pasolini. Como el maestro italiano, ha retratado jóvenes de la calle y ha abordado las consecuencias de la homosexualidad reprimida y culpable, ha explorado las capacidades expresivas del plano secuencia y se ha fundamentado artísticamente alrededor de su compromiso político. En este sentido, cuando se celebró la entrevista, a pocas semanas de las elecciones presidenciales en su país, resultaba inevitable preguntarle por el elefante en la sala: “Donald Trump es inquietante, me da miedo. Podría ser una auténtica calamidad, no solo para Estados Unidos, sino para el mundo entero”, expresaba.

Su futuro profesional está más definido. Acaba de finalizar When we rise, una miniserie de ocho capítulos para la cadena ABC. “Debería emitirse [en EE UU] en invierno, siempre que Trump no lo impida -bromea-. Es la historia de tres activistas que confluyeron en San Francisco en 1972, Roma Guy, Ken Jones y Cleve Jones, este último ya aparecía en Milk”. A continuación comenzará con su próximo proyecto, que abordará la figura del viñetista tetrapléjico John Callahan. “Murió hace cinco años, teníamos más o menos la misma edad -explica-. Hemos crecido juntos y formaba parte de la comunidad artística de Portland. Es un proyecto original de Robin Williams, que de alguna manera me ha pasado el testigo”, anuncia.

Así, sin levantar el pie del acelerador lleva casi treinta años. Como el personaje de River Phoenix, Van Sant es un entendido en carreteras, que tienen una presencia recurrente en su filmografía. “En la carretera puedes ver realmente el pasado, el presente y el futuro -asegura- El futuro está frente a ti, el pasado en el retrovisor y el presente es el lugar en el que estás. Cada viaje en coche es parecido al rodaje de una película, tienes que tomar decisiones todo el tiempo: ¿Paramos aquí o seguimos? ¿Cambiamos de dirección o seguimos por el mismo camino? Y a veces, como ocurre en la carretera, sacas provecho de esos cambios de rumbo accidentales que se te presentan de forma inesperada”.

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