A propósito del fuego

“Olvídate de ayer, miremos al mañana”, clamaba el grupo serbio Elektricni Orgazam en la canción Igra rockenrol cela Jugoslavija (algo así como “toda Yugoslavia baila rocanrol”), un hit guitarrero que tronó en el año 1988 en las radios de las seis repúblicas que integraban la federación socialista a la que hacía referencia el título. Un verso inocente que sin embargo ilustra a la perfección el inconsciente optimismo con el que los jóvenes yugoslavos se enfrentaban a un porvenir incierto. A finales de esa década, ocho años después de la muerte de Josip Broz Tito, el país estaba sumido en una profunda crisis económica y comenzaban a evidenciarse las tensiones nacionalistas que derivarían poco después en los distintos conflictos bélicos que pasaron a la posteridad como Guerra de los Balcanes.

El hogar de los eslavos del sur fue levantado en 1945 sobre los escombros de antiguos prejuicios, atávicas enemistades y una escalofriante antología de atrocidades que habían enfrentado históricamente a las diferentes etnias, religiones e identidades nacionales que integraron el nuevo país. En el año de su fundación, el escritor Ivo Andric -que dos décadas después se convertiría en el único Premio Nobel de las Letras yugoslavo- publicó El puente sobre el Drina, una novela excepcional en la que recorría cinco siglos de historia de la región que pueden compendiarse en esta sentencia lapidaria: “Los musulmanes miran a Estambul, los serbios a Moscú y los croatas al Vaticano. A lo lejos estaba su amor y cerca de ellos se encontraba su odio”.

Uno de aquellos cándidos jóvenes de finales de los ochenta era el cineasta Srdjan Dragojevic (Belgrado, 1963), que estrenó su primera película cuando Yugoslavia ya había empezado a desmembrarse (We are not angels, 1992). Inmediatamente después del final de la Guerra de Bosnia, el cineasta comenzó a rodar su tercer largometraje, Pretty Village Pretty Flame, que se estrenó en el año 1996. La canción principal de aquella película era precisamente el megaéxito de Elektricni Orgazam y en esa ocasión el verso citado tomaba otro significado: era una elección consciente cargada de ironía y amargura. Dragojevic, como tantos otros colegas de profesión, supo enseguida que no podría evitar nunca más mirar al pasado y hacer cine refiriéndose constantemente a un ayer que cambió sus vidas para siempre.

Los protagonistas de su película son dos amigos de la infancia, Milan y Halin, serbo-bosnio y bosniaco (musulmán), respectivamente, que se reencuentran, esta vez como enemigos, en el mismo túnel en el que fantaseaban con la presencia de amenazantes ogros en su no tan lejana niñez. Uno integra una pequeña unidad de soldados serbios que se ha quedado encerrada en el interior del pasaje subterráneo y el otro forma parte de la milicia que acecha a los primeros. Dos enemigos que se conocen, pero que no se ven y se desafían a gritos. En paralelo a la trama principal discurren recuerdos de la época de paz, los primeros enfrentamientos entre serbobosnios y bosniacos, y anticipos de lo que ocurrirá posteriormente, con algunos de los supervivientes de la batalla del túnel, de uno y otro bando, reunidos en el mismo hospital.

Puede sonar exagerado, pero esta obra de Dragojevic, preñada de un poderoso simbolismo y una preciosa carga lírica que se intuye desde el mismo título está emparentada con la mejor película antibelicista jamás rodada, Johnny cogió su fusil. Sin embargo, y aunque se pueden encontrar elogiosas críticas en medios internacionales de la época, tuvo un discreto recorrido comercial fuera de Serbia. Para la historia ha quedado eclipsada por otros dos notables títulos que abordaron el conflicto, la fábula de ecos fellinianos de Emir Kusturica Underground (1995), ganadora de la Palma de Oro en Cannes, y la tragicomedia del entonces debutante Danis Tanovic En tierra de nadie (2001), vencedora del Oscar en la categoría de Mejor película de habla no inglesa.

Han tenido que pasar 15 años desde Pretty Village Pretty Flame para que Dragojevic fuera justamente reivindicado como uno de los grandes cineastas balcánicos. Ha sido gracias a su penúltimo filme, Parada (2011), una comedia de contenido social en la que reúne a criminales de guerra de todos los frentes, contratados para garantizar la seguridad de un desfile en defensa de los derechos LGTB celebrado en Belgrado, históricamente boicoteado por violentos grupos de conservadores serbios. Dragojevic no ha podido evitar mirar al ayer, pero en esta ocasión para pensar un mañana mejor en su país.

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