Perdido en La Mancha

Terry Gilliam retomará su proyecto frustrado de adaptación del Quijote al amparo de Amazon Studios, la división audiovisual del gigante de ventas por Internet.

Si la industria del cine está condenada a entenderse con Internet, uno de los caminos lógicos parece ser el de combinar estrategias para disminuir los tiempos de exposición entre ventanas, es decir, desde que una película se proyecta en una sala hasta su consumo doméstico. Netflix, la mayor plataforma mundial de alquiler de películas bajo demanda, y Amazon, el gigante de comercio electrónico, han sido los primeros en intentar comprender las complejidades de un mercado globalizado de redes inalámbricas y su astucia ha sido reconocida con ingentes beneficios. Y ahora, también, han decidido apostar por la producción propia de series y películas. A los éxitos de Netflix como House of cards u Orange is the new black, Amazon ha respondido con Mozart en la jungla, Transparent o El hombre en el alto castillo, y además ha contratado a directores como Woody Allen y Jean Pierre Jeunet para que escriban y dirijan ficciones seriales para el consumo en streaming. Pero lejos de quedarse atrás a la espera de un nuevo movimiento de Netflix, Amazon Studios, la división audiovisual de la empresa de Jeff Bezos, ha anunciado que producirá las nuevas películas de Spike Lee, Jim Jarmusch y Terry Gilliam, que saltarán de los cineas a Internet con solo un mes de diferencia.

En una entrevista concedida al medio digital The Playlist a principios de junio, Gilliam confesó que parte de su contrato prevé la producción de The man who killed Don Quixote, el frustrado proyecto de adaptación cinematográfica de la obra de Cervantes que el cineasta estadounidense ha tratado de poner en pie desde 1998. En el año 2000 el director de El rey pescador se trasladó a España para empezar el rodaje de este filme en el que Johnny Depp interpretaría a un joven publicista del siglo XXI que por una extraña circunstancia viaja en el tiempo y el espacio al siglo XVII donde se encuentra con el hidalgo de los de lanza en astillero, que inmediatamente le confunde con su escudero Sancho Panza. Pero desde el primer día de rodaje se impuso la primera ley de Murphy (“si algo puede salir mal, saldrá mal”): pruebas militares en la base de la OTAN próxima al set, en las Bárdenas Reales, una tormenta inesperada que estropeó equipos o la hernia de disco que sufrió el actor francés Jean Rochefort, que encarnaba a Alonso Quijano. Todas estas vicisitudes -un auténtico desastre en términos económicos que la compañía aseguradora valoró en 15 millones de dólares y obligó a cancelar la producción- fueron registradas en el que iba a ser el making of del filme, y que dos años más tarde se estrenó como documental titulado Lost in La Mancha, una lección de producción de cine, un elogio a la locura y la definición definitiva de “empeño quijotesco”.

Hace exactamente sesenta años que Orson Welles intentó poner en pie su Don Quijote, un proyecto en el que el genio de Wisconsin estuvo trabajando hasta su muerte en 1985. Su idea fue también la de trasladar los personajes de Cervantes al mundo contemporáneo porque, según dijo a Peter Bogdanovich, “ya eran un anacronismo en su tiempo y eso es lo que les hace eternos”. El último intento de Welles de llevarlos a la pantalla fue a través de un documental que describiese la España de Franco a través del montaje de los diferentes metrajes rodados a lo largo de décadas. Su locura solo vio la luz en dos versiones diferentes, una de 45 minutos montada por la Cinemateca francesa en 1986 -a cargo de Costa-Gavras- y otra edición a cargo del que fue su asistente de dirección, Jesús Franco, estrenada en Cannes en 1992.

Para Gilliam el Quijote también es su “locura”, como ha reconocido, y quiere evitar por todos los medios que su sueño acabe como el del director de Sed de mal. El nuevo reparto lo encabezan el veterano John Hurt y el joven Jack O’Connell, y si nada lo impide, el rodaje comenzará a principios de 2016. Su mayor reto, no obstante, no será luchar contra la maldición, sino que su filme de ficción supere a ese monumento al cine y a la obra cervantina que supuso el documental sobre su frustrado intento.

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