Los premios de la Academia de Hollywood, la ceremonia de la industria cinematográfica más potente del mundo, es además un escaparate social y cultural de Estados Unidos para el resto del planeta. Es lógico, por tanto, que se sigan con atención fuera de las fronteras del país que lo alberga y que surjan, al mismo tiempo, debates que sobrepasan lo estrictamente artístico. Este año la polémica ha surgido el mismo día en el que se anunciaron las nominaciones: entre los veinte actores nominados en las categorías de principal y secundario, masculino o femenino, no hay ningún intérprete negro (algo que tiene precedentes recientes, en 2011 y en 1998). Tampoco hay ningún representante afroamericano entre los principales premios (dirección, guion adaptado y original). Solo una excepción: la de la influyente presentadora de televisión Oprah Winfrey en calidad de coproductora del filme Selma, uno de los ocho aspirantes al premio de Mejor película.
El filme es una biografía parcial de Martin Luther King que sigue al reverendo desde Oslo, donde recibe el Premio Nobel de la Paz, hasta la localidad de Selma, Alabama, donde comienza una campaña por el derecho al voto de los afroamericanos que se traduce en una marcha que lleva hasta la capital del Estado, Montgomery. La película aspira a otra estatuilla más, la de Mejor canción original, pero tanto el actor protagonista, David Oyelowo, como la directora, Ava Duvernay, han sido obviados en la carrera por los galardones, a pesar de que sendos trabajos han sido reconocidos con varios de los premios que cada año entregan las asociaciones de críticos de los distintos Estados del país -Ohio, Georgia, California- y premiados en festivales como el de Palm Springs o Santa Bárbara, además de ser considerada “Película del año” por el American Film Institute.
En 2014, medio siglo más tarde de la histórica reivindicación que recrea el filme, Estados Unidos ha experimentado un nuevo conflicto de índole racial que se desató en Ferguson, Misuri, después de que un agente de policía abatiera a tiros a un joven afroamericano sospechoso de haber cometido un robo. Las tensiones, que se propagaron a lo largo del país, se han mantenido hasta nuestros días y se han avivado después del anuncio de los nominados. Las denuncias del supuesto racismo de la Academia las ha encabezado el reverendo Al Sharpton, consejero del presidente Barack Obama y portavoz de un comité por la diversidad en el seno de Hollywood creado recientemente después de que se revelaran los correos electrónicos de contenido racista que se intercambiaban dos importantes ejecutivos de Sony Pictures, uno de los seis grandes estudios estadounidenses.
“Esta industria es como las montañas Rocosas: en lo más alto son blanquísimas”, dijo Sharpton, que sostiene su argumento en una información del año 2012 publicada por el diario Los Ángeles Times en el que se desglosaban los datos estadísticos de los aproximadamente 6.000 miembros con los que cuenta la Academia (que nunca ha revelado el número exacto de personas que la forman): un 94 por ciento de los académicos son blancos, un 77 por ciento hombres y un 86 por ciento supera los cincuenta años.
A finales de enero, el director y académico Barry Levinson (Rain Man, La cortina de humo) publicó una columna en la revista Variety (la Biblia de la industria) en el que trataba de calmar los ánimos del debate: “¿Somos un país racista? Sí, pero estamos mejorando” -comenzaba, para enumerar a continuación la cantidad de errores y olvidos que han cometido los académicos al margen de cuestiones raciales y recordaba, no obstante, que el filme 12 años de esclavitud fue el gran triunfador de la última ceremonia. “La falta de diversidad en Hollywood es un argumento que lamentablemente sigue vigente, pero tenemos que luchar contra ello desde el sistema educativo, no en las votaciones de los Oscar. Cada año, demasiados niños afroamericanos abandonan la escuela y se encuentran con que no tienen otras oportunidades laborales o de formación”, expresaba Levinson al final de su texto.
