Críticas 15 de abril

Carlos, de Olivier Assayas. Con Édgar Ramírez, Juana Acosta y Alexander Scheer.

Tráiler Carlos

Al realizador francés Olivier Assayas le habría resultado mucho más fácil estrenar en los cines la versión íntegra de su aclamada miniserie Carlos -aplaudida en Cannes y ganadora de un Globo de Oro- dividida en dos partes, tal y como se hizo con la italiana La mejor juventud, de Marco Tulio Giordana. Sin embargo, se le propuso realizar un nuevo montaje. A la película resultante se le intuyen los cortes y el ritmo narrativo pega un brusco frenazo durante el último tercio, nimiedades que apenas desfiguran una obra tan redonda como ésta. Carlos, en cualquiera de sus dos versiones, es un recorrido apasionante a través de la intrahistoria de la Guerra Fría desde la perspectiva de uno de sus más ocultos protagonistas: Ilich Ramírez, Carlos, El Chacal.
Cine, en su concepción más pura y genuina, aunque fuera concebido para
la televisión. El mérito no es solo de Assayas, sino también del trabajo
excepcional del protagonista,
Édgar Ramírez, un actor de prometedora trayectoria.

Caperucita roja, de Catherine Hardwicke. Con Amanda Seyfried, Gary Oldman y Billy Burke.

Tráiler Caperucita roja

Metan en una batidora el cuento de Caperucita roja, en su concepción más pura, la divulgada oralmente. Añadan las pequeñas variaciones introducidas en las versiones escritas de Charles Perrault y los hermanos Grimm. Introduzcan el mito del hombre lobo, con su luna llena y su plata. Espolvoreen la saga Crepúsculo, una pizquita de rock emo, y batan la mezcla. Eso es Caperucita roja, la película: un pastiche incomprensible.

La directora de Crepúsculo, Catherine Hardwicke,
repite la fórmula maestra que tan buenos resultados de taquilla le dio
con los vampiros diurnos para convertir el clásico cuento en un
oscuro drama romántico para adolescentes con las hormonas alteradas (interprétese
esta torpe concatenación de adjetivos como etiqueta descriptiva de un
género literario y cinematográfico que parece ser más que una simple
moda). Sin embargo, todos sus ingredientes -el romance, el drama y la
acción- se indigestan por no haber sido combinados correctamente y, lo
peor de todo, dejan un
regusto bastante extraño: no solo no consuma nadie, sino que además, puestos a desbarrar, el desenlace, dentro de lo previsible, sorprende con un inexplicable coqueteo con obsesiones freudianas de lo más enfermizas.


Atrapado en el tiempo

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